En vida de Hassan II de Marruecos,
me hallaba en el extranjero y tuve la oportunidad de conocer a un exiliado
marroquí, militante del partido comunista de ese país. Nuestro Señor me ha
dotado de una especial habilidad para meterme en líos y para aparecer en los
lugares más alejados a mí pensar y sentir.
Este, entonces, joven abogado
perteneciente a una de las familias más notables de la burguesía de Rabat, se
me declaraba como marxista leninista… y por lo que pude averiguar con el paso
de los años, la inmensa mayoría de sus camaradas comunistas, pertenecían a la
flor y nata de clase media y alta de Marruecos. Pero él se definía claramente
como aquello que sentía, seguidor de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Beria y todo
lo mejorcito de la casa roja. Me sorprendió su extenso conocimiento sobre la
vida de Ramón Mercader y lo relacionado con el asesinato de Trotsky.
Con el tiempo, acabó viviendo y
trabajando en España como operario de una empresa de limpiezas; estaba exiliado
y no podía volver a su país; aunque con el tiempo supe que ese exilio fue más
una posición voluntaria que otra cosa, porque no existía ningún tipo de
requerimiento gubernamental contra él.
Con este joven coincidí muchas
veces en la barcelonesa y brumosa ciudad de Vic. Aunque yo me limitaba a
refrescos y cafés, él se había familiarizado con la cerveza y el vino. Ante la
pregunta sobre sus creencias religiosas me dijo textualmente: “Una organización
comunista es laica por naturaleza, todas las cuestiones religiosas no son otra
cosa que supersticiones. La religión es un atraso”.
En cierta ocasión, tras haber
tomado un café, se personaron en el bar un par de jóvenes marroquíes vecinos de
este hombre. Por el tono de la conversación lo conminaron a acabar su taza
conmigo y salir con rumbo a casa… pude entender un par de palabras, entre ellas
la de “oración”. En ese momento este conocido mío les soltó todo tipo de
insultos y menosprecios sobre las obligaciones religiosas de esos “dos (excluyo
el insulto) atrasados y esclavos de un dios falso ¡Cómo se nota que sois dos
analfabetos de las montañas!” El resto no pude entenderlo, pues marcharon calle
abajo sin tan siquiera despedirse, entre gritos de uno y gestos de los otros.
Al cabo del tiempo volvimos a
vernos, el mismo día en que murió Hassan II. Lo encontré decaído y triste,
recuerdo que era el verano de 1999 y me dijo con lágrimas en los ojos que
Hassan II fue un gran (me ahorro el insulto), pero que era su rey y el hijo del
león se comportó como un león. Ahí se cimentaron mis certezas sobre este
muchacho.
La última vez que nos vimos fue a
mediados de diciembre de ese mismo año, en que yo anduve más fuera de España
que en nuestra nación. Tomamos un delicioso té moro en una “taberna” marroquí
(nada de alcohol, por supuesto) y quedamos hacia la tarde noche de ese día.
Tras darme un abrazo, me pidió
disculpas por la hora tardía, a pesar de lo cual el local se hallaba a rebosar
de público.
-
Estamos en tiempo de ramadán ¿Lo entiendes?
-
Si – le respondí – pero ¿Desde cuándo un comunista
cumple con los preceptos de la fe de un dios al que califica como falso e
inexistente?
-
Desde que entendí, amigo mío, que o conservamos las
tradiciones de un país o el país desaparece, porque las ideologías cambian como
hijas bastardas del que las creó.
Nunca más he vuelto a hablar con
este hombre, aunque sé que regresó a su país, tiene un nivel de vida más que
elevado y no solo ha cambiado de actitud política ante la vida, sino que ahora
propone alianzas y coaliciones con islamistas en su país. Curioso ¿Verdad?
Salvando las distancias me recuerda a Manolo Vivar de Alda, personaje de
Vizcaíno Casas en “De camisa vieja a chaqueta nueva”.
Aunque en el fondo su planteamiento
no está exento de razón, repito, en el fondo.
España pasó de ser una NACIÓN en la
cual religión y patriotismo estaban íntimamente ligados y enraizados en nuestra
cultura popular, social e intelectual a ser un país con múltiples países donde
nos avergüenza reconocernos como nación y en el que la FE ha sido objeto de
ataque y destrucción diario. España se ha convertido a lo largo de los años, en
un sembrado de intelectuales de octavo o noveno orden rodeados de palmeros sin
escrúpulos y creadores de opinión, una opinión pública alejada en muchos casos
del sentir real del pueblo.
España debía ser un país
desballestado y prontamente llevado al desguace… hundido en sus tradiciones,
traicionado en su riqueza popular y dividido a partir de los intereses de
partidos políticos, grupos de presión, grupos de comunicaciones, etcétera.
Soy el primer gran crítico con un
país que se rinde ante los programas de cotilleo de las televisiones privadas,
que no cesa de inventar y crear increíblemente creíbles bulos en las redes
sociales, que ha dejado de leer y de contrastar, que ha dejado de luchar para
entregarse en manos de aquel que primero le deje prostituirse de forma fácil y
gratuita, que se ha entregado con armas y pertrechos en brazos de casi
cualquier enemigo.
Pero hay algo, en este país, que
continúa manteniendo encendidas mi Fe y esperanza en lo que alguna vez fue una
gran NACIÓN… que aunque parezca en forma de folclore o como le ocurría a aquel
joven abogado marroquí en el exilio voluntario… mantenía vivas las tradiciones
de su Patria, de su FE.
Y fue hace poco años, en el bar de
Melón, en la sierra sur sevillana cuando un concejal del PCE (Izquierda
Hundida), sentado ante su caña y una tapa de callos que quita el sentido, ante
la blasfemia notoria de un parroquiano, le dijo claramente:
-
¡Quillo! Si vuelves a faltarle a la Virgen, no quiero
verte más ni en la romería, ni debajo del paso. No seas sinvergüenza.
-
¿Pero tú no eres comunista, Manué? ¿Qué más te da?
-
Mira – dijo el comunista Manuel levantándose de su
silla – Yo soy comunista, pero antes que eso – aseveró extrayendo de su pecho
una medalla – soy hijo y devoto de la Virgen del Rosario.
Esperemos y recemos, para que la
cordura y la TRADICIÓN, nos vuelvan a llevar por el camino que nunca debimos
abandonar, el de una NACIÓN amante de su historia y cimentada en la Fe del Dios
único y verdadero.
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