martes, 10 de noviembre de 2009

Berliner Mauer (El muro de Berlín)

El nueve de noviembre se conmemoró el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, en la ahora capital de la Alemania reunificada, que merced al empuje y perseverancia natos del pueblo germano, ha florecido en todo su esplendor: urbanístico, económico y comercial. No hago demagogia liberal, sino que relato lo que es cierto, pues por motivos profesionales visité Berlín una vez al año desde 1997 y hasta 2003; admirando el nuevo milagro alemán que asume la pobreza de la parte oriental y el papel como locomotora de la economía liberal europea. Pero ahí están, aunque nos pese.

Mi primera visita a Berlín fue hacia 1987 a lomos de mi moto y con la ilusión de ver a Karajan dirigir a la sinfónica de la entonces dividida y partida capital, pero como no pudo ser, por diversos medios (no fue extremadamente difícil) conseguí un pase de veinticuatro horas para entrar en Berlín oriental.

Acostumbrado, en esa época, a deambular por diversos lugares y los más pintorescos países, me conmovió profundamente atravesar el famoso Check Point Charlie (era el tercero de los pasos, de ahí su nombre) y cambiar la industrial alemania federal, por la fría, extraña y paupérrima república "democrática".

Era como si de sopetón hubiera desaparecido el color de las calles de finales del siglo XX, para zambullirme inmisericordemente en los años de mediados de la pasada centuria, un entorno en blanco y negro con escasas tonalidades en sepia, sin atisbos de otras tonalidades. No recuerdo cuantos controles me hicieron ese día los Vopos, la policía del "pueblo" a las órdenes del inmisericorde, efectivo y exitoso "Misha", mano izquierda de Honecker. Acabé entablando cierto trato con una patrulla de Volkspolizei con los que compartí varias latas de conservas y el pan de molde que había comprado en un supermercado occidental. Medio en inglés y usando los cuatro palabros que sabía en alemán, compartimos un divertido y ameno almuerzo tras un muro de piedra en uno de los barrios berlineses con solares aún asolados por los bombardeos de la segunda guerra mundial.

En el entorno incoloro, inodoro e insípido de ese Berlín que aún exhibía profundas cicatrices de la guerra mundial y cuyas heridas de la guerra fría aún supuraban, esos Vopos, perdiendo su gélida distancia me explicaban cosas de su tierra, de sus familias, de sus vidas y de sus angustias. Aún guardo como oro en paño los importantes regalos que me hicieron: placas, gorra y emblemas de su unidad que pasaron a engrosar mi colección. También me ofrecieron sus humildes casas y años más tarde tuve el placer de verlos con cierta asiduidad, en un marco colorido y lleno de vida. Aunque nos pese, es la realidad, gracias al éxito de la economía liberal.


El "muro de protección antifascista" edificado por los ocupantes soviéticos, no solo dividía, sino que realmente partía y sajaba el corazón de Alemania y la totalidad de su capital. Durante estos días de aniversario, poco o nada se ha hablado de la situación anímica, espiritual, familiar..... de los germano orientales, tan solo se ha versado sobre la cuestión económica que los llevó de la miseria al estado del bienestar, sin que nadie haya planteado la desafección total e integral de los alemanes del este por valores superiores. El muro era la consecuencia final, el último argumento de la SGM; la lápida onerosa que sobre el mundo entero plantó el genocida Stalin, antiguo aliado del criminal Adolf Hitler; como también resultó ser el punto de partida de muchas décadas de enfrentamiento entre las dos potencias vencedoras de la guerra.

Tanto soviéticos como norteamericanos, ingleses y franceses; basaron la totalidad de sus esfuerzos en desarraigar a los alemanes de cualquier sentimiento patriótico, en destrozar cualquier símbolo de su identidad nacional y en desterrar la totalidad de sus tradiciones, con la pretensión de desarmar a las generaciones siguientes. Los occidentales optaron por el consumismo y la instauración de "valores" materiales ante la necesidad real de esos años, intentando copar en todo momento cualquier brote de identidad.

Recuerdo que en 1985, cumpliendo mi servicio militar, un grupo de jóvenes oficiales alemanes fueron invitados a visitar la DAC nº 1 durante unas semanas; quedando tremendamente impresionados por actos tan cotidianos para los soldados españoles como eran las ceremonias de izar y arriar la bandera o el toque de oración por los caídos. Los aliados occidentales se habían encargado, a conciencia, de robar sus tradiciones y por tanto una parte muy importante de su orgullo y del nudo en la garganta que supone recordar a los que murieron por su patria. La sombra del nazismo continuaba siendo una excusa o motivo para ahogar cualquier sentimiento patriota por parte del mundo occidental. Pero esta es otra cuestión muy espinosa que debe ser tratada aparte; no debemos olvidar los millones de muertos en los campos de concentración, en los campos de batalla o de la población civil; tampoco podemos olvidar salvajadas como el bombardeo de Dresden a mano de los aliados. Culpables de la guerra: en ambos bandos, pero la historia la escriben los triunfadores.

Los soviéticos aplicaron desde el primer momento sus políticas criminales sobre el derrotado pueblo alemán. Es muy difícil describir el cúmulo de barbaridades cometidas y no solo en Alemania, recordemos que el Muro no estaba construido para evitar la penetración de la ideología occidental, sino para evitar que pudieran huir los nuevos siervos conquistados tras el fin de la guerra. Como me explicaron aquellos Vopos, los alemanes orientales tenían la obligación diaria de demostrar su fidelidad la régimen comunista. No podían desobedecer órdenes, ni las consignas del partido, no se les permitía creer nada que no fuera aquello que emanaba de las directrices comunistas. El solo hecho de tener creencias religiosas podía suponer pena de cárcel o de deportación. La familia estaba totalmente deshecha y deshumanizada, si ello es posible, porque la primera prioridad era el partido. No existe otra cosa que el partido. Especialmente para los berlineses, resultaba duro tragar y digerir las normas y las directrices que a diario inundaban sus vidas en sus casas, en las calles y en los puestos de trabajo. Las noticias que les llegaban del otro lado y aquello que veían, en modo alguno podía corresponderse con las posiciones del partido, aunque existían fanáticos oficiales del Volkspolizei que les inculcaban la falsedad de lo que sus ojos veían a diario en el sector occidental. Todo era obra de la propaganda enemiga, según sus jefes, en Europa y en los USA las hambrunas y otras plagas peores eran una constante.

No existía tampoco un sentimiento de confianza entre la sociedad alemano oriental, la delación y la denuncia podía venir de cualquier persona del propio entorno laboral, personal e incluso del familiar. Con los años he entendido el sentimiento de angustia, la ansiedad constante de los alemanes orientales no solamente a nivel individual, sino como comunidad, como colectividad ¿Cómo va a existir un sentimiento de afecto en un entorno de traición, denuncia y miedo permanentes? La larga sombra de la Stasi planeaba en todos los segmentos de la población, una policía política eficacísima, cuyo servicio secreto logró infiltrar agentes no solo en lo más profundo de su propio tejido social, sino también en importantísimos puestos de la administración y el poder de la Alemania occidental.

Con la caída del Muro en 1989 no solo cae el comunismo en la RDA, sino que se alza la necesidad del bienestar material y sobre todo la necesidad de encontrar un bienestar espiritual en la FE, en ese sentimiento profundo que jamás pudieron destruir los agentes comunistas. La necesidad de reestructurar el núcleo de la familia, como base esencial de la sociedad y del individuo. No todo ha de ser material; por encima de tener más está el ser mejor y muchísimos alemanes presos entre las paredes de la extinta RDA se dedicaron a buscar en la FE, a buscar en DIOS el verdadero sentido de la vida, de su nueva vida.

La caída del Muro se asocia a la destrucción de los regímenes comunistas en la mayor parte del mundo, a pesar de que aún permanecen muchas personas subyugadas por estos asesinos genocidas. Esta supuesta victoria sobre el marxismo, no ha servido para que un nuevo juicio de Nuremberg encause a los responsables comunistas sobre los más de cien millones de asesinados bajo este régimen en todos los países del mundo. Esta victoria liberal sobre el marxismo no ha servido para juzgar la financiación de grupos terroristas y guerrillas a lo largo y ancho de nuestro planeta, nadie ha tenido el valor de sumar los muertos por terrorismo a la cuenta de los comunistas.

Al contrario, la penetración del marxismo en la sociedad occidental fue y es tan profunda, que se les tolera y se les tiene por demócratas de toda la vida; a pesar de mantener sus apoyos y simpatías por Fidel Castro, Corea del Norte, China, etc. Y nuestra sociedad está tan aborregada que es absolutamente incapaz de escupirlos y expulsarlos completamente de nuestro entorno. Por cierto, en España no somos ajenos al genocidio que cometieron los comunistas y sus hijos.... (socialistas, socialdemócratas, etc.), recuerden Paracuellos.

Y para acabar, es necesario recordar al gran olvidado de esta conmemoración en Berlín, a Su Santidad Juan Pablo II, el Magno. Auténtico artífice de la caída del muro y el comunismo opresor. Preguntaba con sorna Stalin "¿Cuántas divisiones tiene el Papa?" y el tiempo le ha respondido que..... ¡¡¡¡¡MILLONES!!!!! Que son la fuerza de la FE, el empuje de la ORACIÓN y la perseverancia de saberse hijo de Dios y por tanto poseedor de la Verdad.

1 comentario:

Conrad López dijo...

Gracias por estos sabrosos recuerdos y reflexiones.

Por cierto, yo también serví en la Brunete (en el RIAC "Alcazar de Toledo" nº 61).

Un abrazote.