lunes, 25 de marzo de 2013

El golpe de estado de la Generalitat.

Tomado de la página:  http://www.1936-1939.com
Un trabajo realmente muy bueno.


El golpe de Estado de la Generalidad

El presente reportaje; escrito tres o cuatro días después de los trágicos sucesos del 6 al 7 de octubre en Barcelona, se debe a la pluma de un antiguo republicano, al que la fuerza innegable de los hechos que van ocurriendo en España desde la implantación de la República, ha empujado y sigue empujando cada ves más hacia los partidos de derecha. El espíritu liberal y hasta el ideal socialista eran credos simpáticos; y dignos de defender cuando, como ocurría antes de la Gran Guerra, encarnaban Un ideal más alto de Justicia, de igualdad y de caridad, que hacía a estas ideas coincidir en no pocos puntos con el cristianismo; pero desde la guerra para acá, el espíritu liberal y el ideal socialista se han falseado, maleado y pervertido, hasta el punto de ir a desembocar y coincidir en absoluto con el nihilismo, el anarquismo y el comunismo; y, viejo liberal, me voy al liberalismo, abrazando, como un naufrago agarra una tabla, la teoría conservadora y el credo de derechas, todo lo inclinado hacia la derecha que sea posible, porque sólo en los partidos de derecha se encuentra hoy en la vieja Europa la idea salvadora de la Patria, del Orden y de la Propiedad, del espíritu cristiano y del mutuo respeto entre los hombres, base de toda sociedad civilizada.
Por este mismo fenómeno que me ha desplazado a mí de mis viejas ideas, se están desplazando hacia la derecha la mayoría de los españoles, y así veremos cómo se salva España por obra y gracia de la misma torpeza de los que se empeñaban en hundirla.



El golpe de Estado de la Generalidad

CAPITULO PRIMERO

Barcelona hace diecisiete años. — Antecedentes remotos.— París-Barceloma.—De la sombra a la luz.—De cómo un español, que se durmió en el infierno, puede despertar en él  cielo.—-”Yo no me voy de aquí”.

Retumbaba el cañón a lo lejos, con triste y desesperante monotonía, en aquella mañana de marzo, cuando yo desperté en mi petit appartement de la rué Rernenquin. Me encontraba fatigado, contrariado y triste. La noche anterior había regresado de nuevo del frente de batalla, de hacer unas informaciones que me  llevaron, en unión de otros dos compañeros y un redactor gráfico, de la Prensa parisién, hasta las cercanías de Chateau-Thierry.  No nos dejaban pasar más adelante, pero habíamos visitado trincheras tomadas y pérdidas por aliados y alemanes días antes, y todavía había aquellos detalles espeluznantes que hicieron de la Gran Guerra algo feroz e inolvidable: las casas de ciudadanos pacíficos incendiadas, luego de  destruidas; enseres y objetos de los hogares, como flotando en la general desolación; cadáveres a medio enterrar, que asomaban sus manos o un pie sobre la tierra fangosa, como, pidiendo clemencia a un Dios bondadoso de piedad y de  justicia; perros vagabundos, de hirsutas lanas, que aullaban enseñando los colmillos, como, los lobos, huyendo en cuanto veían; a un ser humano, el animal diabólico, que decía Blasco Ibáñez; caballos de la Intendencia, alcanzados por granadas perdidas, que galopaban por el campo helado, pisándose las tripas, y en los campos, agua, barro, soledad, miseria, y, surgiendo de aquella miseria, de aquel frío glacial, de aquel paisaje brumoso de invierno, de una desolación infinita, sin árboles, sin pájaros, sin pueblos, sin casitas perdidas en el campo, hombres que surgían por doquier hombres lívidos, con uniformes manchados, astrosos, con los pies terminados en bolas de barro, llevando eternamente el fusil a la espalda, surgiendo de las trincheras encharcadas y de los charcos mismos de la llanura, semejantes a ratas o animales anfibios, con rostros demacrados, cadavéricos,vacilando al andar, mirando con ojos en los que brillaba una llama amarillenta de desesperación infinita. ¡ Ah, por Dios! ¡ que horrible era la vida!… Cumpliendo mi misión de tomar informes y detalles y hablar con jefes y poilus, yo me decía, temblándome la estilográfica en la mano, que aquello era el infierno, y que era preciso, huir de él a toda costa. Ya llevaba aquí más de dos años. La vuelta a París luego, desde el escenario enloquecedor del frente, era también triste, bajo un cielo plomizo, acompañados eternamente por la lluvia y por el incesanté rugir sordo y lejano de la artillería, que llegaba a nosotros como un rumor retumbante desde el horizonte gris y frío. Pero París era triste también: no había hombres, sino los viejos o los mutilados; caminos y estaciones estaban atestados de convoyes de heridos, de tristes caravanas de inválidos, de autos de ambulancias… Y luego; la capital ya no era alegre y bulliciosa, como siempre, como antes, sino que tenía el aire triste,  desolado, con sus calles y bulevares llenos de viudas, de muchachas y niños enlutados, de gentes mal vestidas, con  rostros lívidos de hambre, y en cuyos ojos se veían las huellas de lágrimas recientes, cuando no lloraban en nuestra presencia misma.
¡Ah, no, no! Había que huir de aquel infierno, y en seguida. Por suerte para mí, Blasco Ibáñez acababa de llegar a París la tarde anterior, y yo, al saludarle aquella mañana le hablé de nuevo de mis sufrimientos y de nuestra nueva visita al frente la tarde anterior. Blasco, escribía entonces su famosa Historia de la Guerra Europea, que publicaba su yerno, Llorca en Prometeo, en Valencia; pero el maestro se mostraba fatigado, y coincidió conmigo en que yo debía marcharme también de París, y aun de Francia. “¡Vayase usted, Guardiola! —me  dijo-y usted es también un hombre nervioso, como yo, cuyos nervios están destrozados por estos espectáculos horrendos desde hace dos años y pico además, Paris, como usted mismo dice, se ha vuelto hostil desde que empezó la guerra  en especial para los extranjeros. Vayase usted, Márchese usted a España. ¡Ah, nuestra España! Allí está el sol, el cielo azul, la alegría santa de vivir, la paz, el trabajo. Y,si quiere usted un buen consejo, no vuelva a Madrid. Vayase a Barcelona. En Barcelona, un intelectual se gana mejor la vida que en Madrid, y, además, el clima y el ambiente son maravillosos. Vayase a Barcelona. Le gustará, y le irá bien. Ya nos veremos en mayo, en que yo pienso ir a mi Valencia.
No lo pensé más. Por rara casualidad en un poeta, me cogía, con algún dinero. Abracé al maestro efusivamente y con calor besando la mano que escribiera dos años antes Los Jinetes. El mismo y French —¿qué será del bondadoso, del amable French ?— me ayudaron a hacer mi equipaje, que era una maleta no muy voluminosa. Era todo lo que yo tenía en el mundo. Yo tenía entonces veinticinco años.
Al día siguiente, visado mi pasaporte y en regla todos mis papeles, ya que era peligrosísimo viajar por Francia en aquellos tiempos, y más un nombre joven como yo, que podia ser un desertor, o un emboscado o un espía —y ya sabemos que los espías eran fusilados en el acto en aquel tiempo terrible de la guerra— al día siguiente, digo, me metí en el tren con dirección al Sur. Iba a entrar en España por Port-Bou, para dirigirme a Barcelona. Llevaba, en mi cartera tres cartas de recomendación de Blasco, para empresas periodísticas o edítoriales de Barcelona. ¡Hala, a luchar en Barcelona! Me arrebujé en un rincón del vagón heladísimo pues no había calefacción ni músicas en aquellos tiempos duros para todos. El tren corría pronto por la noche negra de los campos. Venteaba y llovía. El bramar del viento. contra los cristales parecía el lejano retumbar del trueno de los cañonazos. Nuestro tren había de detenerse en todas las estaciones principales, eternizándose para dejar paso a los larguísimos convoyes de heridos, que nos adelantaban hacia el Sur, o a trenes, también larguísimos que iban hacia el Norte llevando tropas, material de guerra o víveres para aquellos ejércitos de millones y millones de hombres. Yo comencé a adormecerme bajo el calor  tibio de la manta de viaje. Cuando despertaba, sobresaltado, el convoy detenido en una estación, esperaba el cruce de otro tren. Seguía lloviendo y venteando. Así pasamos el otro día, y la otra noche también, envueltos, en bruma, en lluvia, en humedad, tiritando, comiendo fiambres carísimos en las estaciones, suspirando por acabar el calvario.
Y la segunda noche, aplastado por la fatiga, por el frío, por tanta inquietud y tanta angustia a la vista de convoyes y heridos, me dormí con un sueño de piedra. Más de cincuenta veces me habían revisado la documentación en el trayecto; pero ahora, ya cerca de la frontera, parecían disminuir las precauciones, y yo pude dormir cinco o seis horas de un tirón. Cuando  desperté, luego de haber dormido desde que cambiamos de tren, en Montpellier, tuve un deslumbramiento. Lucía el sol, un sol de oro, purísimo, en un cielo de radiante azul. Por la  ventanilla, en la que alguien acababa de bajar el cristal, penetraba un aire fino y suave, frío, sí, pero que traía ya ráfagas de tibieza y perfumes de mar y de rosas. ¿Qué era esto? Estábamos llegando a un pueblo. Era Port-Vendres. El mar se veía como una inmensa sábana de un azul turquesa, que, refleja el cielo purísimo. Mis ojos, hambrientos de sol, y de  musgos; y céspedes, miraban absortos, el paisaje riente, las casitas blancas, las gentes atareadas en los campos espléndidos, las huertas como jardines, las flores ¿Qué era esto? ¡Y yo habíame dormido, dos noches antes, oyendo el rugido del cañón y viendo los desfiles de heridos y mutilados por la metralla, bajo un cielo plomizo y gris, que chorreaba agua  incansablemente, como si llorara también por el dolor de los hombres…!
Mi condición de periodista me abrió rápidamente la frontera de mi patria, y dos horas después estaba en Port.-Bou. Ya el restaurante de la estación, bien surtido, con precios increíblemente baratos brindó a nuestro estómago, engañado tanto tiempo en París, el consuelo de una comida seria. ¡ Al tren otra vez! Y el tren corría por un paisaje de maravillosa belleza, bordeado el camino por el mar, por un lado, y, por el otro, por huertas interminables, entre vergeles llenos de flores, entre alquerías blancas —las masías de los catalanes—, entre fábricas y factorías, que surgían aquí y allá, lanzando al espacio azul el humo negro, de sus fábricas, que hablaba de paz, de trabajo, de bienestar… ¿Dónde había caído yo…
Conforme avanzaba el convoy hacia el Sur la sensación de alegría, de dulzura, de belleza, se aumentaba por momentos. En los pueblos, blancos y limpios, había un constante traficar de gentes y de carros, de autos, de camiones, reveladores de una actividad febril en la colmena humana, los campos aparecían ubérrimos; las gentes, atareadas y afanosas por doquier. La guerra europea era un cliente de maravillosa largueza, de fauces inagotables, que pedía y pedía pagando a precio de oro todo cuanto se te mandaba, productos de la tierra, géneros, manufacturas. El dinero se volcaba materialmente sobre España y en particular sobre la industriosa Cataluña como un verdader río de oro. Era el boom más grande que se había conocido en la historia de nuestra patria. Y así cuando yo a las doce de la mañana de un día de marzo tibio y esplendoroso pisé por primera vez en mi vida el suelo de Barcelona me encontré en medio de una colmena atareada y febril que tenía la alegría desbordante que produce la acción y la abundancia de dinero. Recuerdo que apenas instalado en una pensión muy céntrica, que había entonces en el Pasaje Escudillers, y en cuanto me afeité y me bañé y me cambié de traje, me lancé a la calle. Salí a las Ramblas, las famosas Ramblas, que yo conocía por lecturas y grabados. Estaban, animadísimas. Bajo el toldo verde, de un verde fresco y nuevo, de los grandes castaños, corría una brisa fina y fresca, oliendo a alga, a marisco a brea de los barcos, y circulába una multitud cosmopolita. Se oían hablar todos los idiomás y los grupos de marineros de todas las naciones invadían las terrazas, los restaurantes, los cafés,las tiendas… Se veía una abundancia asombrosa de dinero, de trabajo…, y las gentes llevaban por el rostro una sombra de sonrisa acogedora y satisfecha….
Yo me dije; como tantos que llegan a Barcelona por primera vez: “¡Esto es él cielo…!” Yo, que me había dormido en el infierno noches antes, despertaba, en realidad, en el cielo, en un cielo azul, alumbrado por un sol de oro, que había hecho olvidarme el abrigo en la pensión, en una ciudad inmensa llena de belleza, de trabajo, en un ambiente dulce y acogedor. Y me dije varias veces, en voz alta, encaminándome de nuevo hacia el hotel: “¡Aquí lucharemos…! ¡Me gusta esto…! ¡ Yo no me voy de aquí…’”



El golpe de Estado de la Generalidad

CAPITULO II

¡Aquella Barcelona!—La “peña” de republicanos de Pepe Brissa.—”El Resumen”.—A las órdenes de Brocas, de Marcelino Domingo y de Francisco Layret.— La redacción de la calle de Aviñó.—Aparece Luis Companys.—Jiménez-Moya y otros maestros del periodismo.— La primera huelga revolucionaria.—”Estos son otros López.”
Unos días después de llegar yo a Barcelona ya me había hecho excelente amigo de un, gran escritor y periodista: Pepe Brissa, el inteligente director literario de la Editorial Maucci.
Brissa guió mis primero pasos por Barcelona, enviándome a periódicos y editoriales y poniéndome en relación con muchos compañeros. La peña de Pepe Brissa estaba entonces en el café Continental, lo que hoy es la Banca Arnús, y allí conocí yo al maestro Jiménez Moya, a Braulio Solsona, a Brocas, a Roca y a tantos otros escritores o grandes corazones que luego, habían de ser íntimos míos, y jugar muchos de ellos papeles importantes en la vida de Cataluña y de España entera. Era un ambiente acogedor, de franca camaradería, donde se respiraba el aire puro de un republicanismo sin fronteras y sin rencores y sin odios. Entonces, naturalmente, la guerra europea, apasionaba terriblemente a todo el mundo y los que éramos partidarios de los aliados, es decir, los viejos republicanos, formábamos la legión de una izquierda numerosísima, que con él tiempo ¡Oh, milagros del comunismo y ejemplo desolador y desorganizador de Rusia!  había de colocarnos casi a la derecha de la República española. Pero quiero decir que en aquélía época de Pepe Brissa reinaba el mismo ambiente que se respiraba en todo Barcelona en aquellos tiempos, un republicanismo puro, sin diferencias entre catalanes y castellanos, un ideal de un socialismo qué no era, ni con mucho, este  socialismo; de ahora, hermano gemelo del comunismo, del nihilismo y del anarquismo. Y, sobre todo, un ambiente de hermandad, de confraternidad entre catalanes y castellanos lejísimos de los radicalismos que habrían de traer luego Maciá y sus incondicionales, y la marcha de los sucesos a partir de la proclamación de la República españolad. Yo, qué había estados con el ilustre Castrovido en El País, pronto, por mediación de éste, de Brissa y de otros amigos y compañeros, estuve en varias Redacciones. Fue la primera la de El Resumen.  A nuestra peña vino una noche un señor, que luego resultó ser el diputado Brocas. Había vuelto de Francia recientemente y quería fundar un periódico. Allí mismo cuajó la idea y se formó la futura Redacción, de la dirección fue encargado, el ilustre Jiménez-Moya, que me brindó’ a mí, un puesto entre los redactores, y Braulio Solsona fue el jefe de la Redacción. El Resumen, donde estuvieron con nosotros Mateo Santos, Roca y otros queridos compañeros se hizo en  la misma, imprenta de la Casa Maucci, y aún me parece ver la figura romántica  de Jiménez-Moya, al aire sus melenas de poeta, moviéndose incansablemente entre nuestras mesas y dando órdenes o escribiendo el fondo, arrullado por el zumbido de las máquinas. Hacíamos el periódico en una salita inmediata al patio de máquinas, y de vez en cuando aparecía entre nosotros Brissa, trayendo sus cuartillas todavía con la tinta fresca. El Resumen, no tengo que decirlo, era un periódico republicano, que defendía a los aliados, y los redactores estábamos en relación con los Tayá, con el ilustre Amadeo Hurtado, con Pérez de Rozas  y con tantos más republicanos que entonces eran las columnas de los aliados en Barcelona. Allí conocí yo a Marcelino Domingo, que entonces hacía furor por sus campañas primerizas, a Francisco Layret y a otros ilustres republicanos españoles. El Resumen, sólo llego a vivir un año escaso, porque la muerte; de Brocas privó al periódico de su socio capitalista. Pero  no pocos de los redactores de El Resumen habíamos de pasar inmediatamente a otro diario, un diario que acababa de fundarse por el  ilustre Francisco Layret, que había de recoger todo el alma republicana y el ardor que hacía estremecer a las muchedumbres proletarias bajo la magia de la palabra de Marcelino Domingo. Aquél periódico era La Lucha, que tantísima influencia había de tener en la evolución de la política catalana y española, bajo el impulso de Marcelino Domingo y de Companys.
Ya llevábamos varios días en la Redacción do La Lucha, que entonces dirigía Marcelino Domingo, cuando éste se vio obligado a marchar a Madrid, llamado por sus asuntos de propagandista. Se preparaba la Asamblea de Parlamentarios, y Marcelino, que ya, era diputado por Tortosa, andaba organizando el partido. Entonces fue cuando una mañana, apareció en la Redacción el nuevo director del periódico, un hombre delgadito, vestido de negro, en cuyo rostro se veía una gran voluntad y una serenidad simpática ¡Era Luis Companys! Cómpanys, cuyo, nombre y personalidad comenzaban ya a destacarse en la Barcelona de aquel tiempo. Había sido, concejal del Ayuntamiento y preparaba su candidatura a diputado a i Cortes por Sabadell, por donde bien pronto había de triunfar. Pero he de hacer aquí una salvedad, Companys no era entonces, ni muchísimo menos, separatista. Era un republicano, uno de tantos republicanos como había en Barcelona y en toda Cataluña y que no se diferenciaban en nada de los republicanos del resto de España. Propagandistas de la idea, encarnadores de un republicanismo puro y equilibrado, que encarnaba la verdadera democracia, como querían Pi y Margall y Castelar, y luego Blasco Ibáñez, y Morote,  Sol y Ortega, y Lerroux. Por eso nos congregábamos alrededor de ellos todos los jóvenes republicanos, que soñábamos con una República ecuánime, moderada; una República democrática y de orden, a la que muchos poníamos como condición previa el respeto a la Iglesia, la continuación del Concordato, y el respeto absoluto de todas las tradiciones y todas las creencias cristianas, tan arraigadas en la conciencia de la mayoría, del pueblo español. De separatismo, ni pizca. Así convivíamos aquí, en Barcelona, en perfecta armonía y en perfecta  camaradería castellanos y catalanes, sin que jamás la sombra de una divergencia surgiera entre nosotros. En las reuniones en los mítines, en las peñas, en los Centros oficiales,  se hablaba y se escribía siempre en castellano, y yo recuerdo aquellos famosos mítines de Marcelino en el Palacio de Bellas Artes y de Companys en los Centros republicanos de Gracia, de San Andrés, en que los líderes peroraban siempre en castellano. En castellano publicábamos El Resumen y luego, La Lucha, los dos grandes diarios que defendieron la idea republicana con tanto tesón en la Barcelona de la Gran Guerra. Y influencia del partido radical, fundado y acaudillado por Lérroux, tan españolista y tan equilibrado siempre, tenía influencia enorme en la vida de la ciudad y de la región.
Fue luego, ya desaparecida La Lucha, y yo apartado definitivamente del partido que acaudillaba Marcelino Domingo y continuaba Cómpanys, cuando se iniciaron unos radicalismos en el partido y en las ideas que éste, defendía con las que yo no estaba conforme. Conmigo se apartaron; del seno del partido un puñado de jóvenes más. Yo me refugié en la literatura y en  un periodismo más de derechas y más en armonía con mis ideas moderadas y mi temperamento. Yo he sido, y, seguiré siendo hasta mi muerte católico, hombre de orden, un  demócrata puro, enemigo de radicalismo, amante de la tradición, de la familia. Cuando la revolución rusa lanzó al viento sus nuevas ideas de violencia, de bolchevismo, de  anarquismo  organizado en medio del desorden, de brutalidad, de atropello, yo creo que dejé de ser hasta republicano de ideas, para evolucionar cada vez más hacia la derecha. Precisamente la verdadera democracia es la que se siente enemiga de violencias, de atropellos, de subversiones, de radicalismos y respeta y defiende todas las ideas, todas las creencias y todas las formas del pensamiento e incluso las tradiciones. Ya hacía algún tiempo que, yo me había apartado de La Lucha, cuando surgió la huelga revolucionaria de aquel verano famoso. Salía un día de la oficina—del despacho, como se dice aquí—, cuando varios compañeros y yo nos vimos sorprendidos por un terrible tiroteo en la calle de París, que entonces se llamaba de la Industria. Los huelguistas se empeñaban en que no circularan tranvías, y éstos iban custodiados por soldados, que disparaban al verse agredidos. Aquella misma tarde se cerró todo el comercio, fábricas y talleres en Barcelona. En los días siguientes los tiroteos se repetían por toda la  ciudad, y yo me enteré que Marcelino Domingo había sido detenido y trasladado a Montjuich, donde se le iba a someter a juicio sumarísimo, como responsable de la huelga revolucionaria. En las plazas y los sitios estratégicos había  emplazados ametralladoras y cañones, y la Plaza de Cataluña, las Ramblas, el antiguo Paseo de Colón, todo estaba tomado militarmente. Los soldados, con la bayoneta calada, disolvían los grupos de cuatro o seis personas, echándose el fusil a la cara…
Yo recordé mi impresión de paz, de alegría, de reconciliación con la vida, que me invadiera al llegar a Barcelona año y medio antes, y tuve que decirme, sonriendo con sarcasmo; ¡Caramba, caramba…! ¡Esto ya es otra cosa! ¡Aquí también tiran tiros y hay muertos, heridos y prisioneros, como allá, en la guerra…! Decididamente, me han cambiado mi Barcelona, acogedora,  dulce…! “¡Estos son otros López…!”

El golpe de Estado de la Generalidad

CAPITULO III

Después de la dictadura.—La sombra de Martínez Anido y de Bravo Portillen—La revancha.—Maciá y sus campañas.—La idea del separatismo toma cuerpo.- Las elecciones del 12 de abril de 1931.—Companys, elegido concejal da su famoso golpe de Estado.—Proclamación de la República catalana.—-La presión de Maciá.— De cómo el bombardeo del Ayuntamiento y  la Diputación de Barcelona, estuvieron a punto de realizarse el 14 de abril de aquel año.
Durante más de diéz años, mientras yo vivía, consagrado ya por entero a la literatura y a mi trabajo de la oficina y a un, periodismo que podía decirse era ya absolutamente de derechas, en pugna mis ideas con los radicalismos que habían cultivado mis antiguos jefes y camaradas en su mayor parte, se realizó en Barcelona un cambio social y político de_ enorme trascendencia, Los viejos republicanos se habían dividido en dos bandos irreconciliables el partido radical y sus prosélitos, defendían la idea democrática pura, soñando con  establecer una República española que fuera un régimen para toda la nación. Régimen moderado, en el que Lerroux llegaba a admitir en, ocasiones incluso la templanza y las  tradiciones de la derecha de su partido, en cambio, frente a los radicales de Lerroux, que encarnaban el ideal españolista en Barcelona, que era como decir en toda Cataluña se habían  empezado a erguir, desde unos años atrás, los energúmenos del separatismo capitaneados por Maciá. Maciá, desterrado a la sazón, vagaba por tierras extranjeras, pero hacía desde allí una intensa campaña, en la que le seguían algunos incondicionales, que fueron formando ambiente poco a poco. Los años de la Dictadura habían ahogado de un modo absoluto y radical  las ideas y las expansiones de los separatistas de Maciá y Primo de Rivera, como se sabe, llegó a prohibir la bandera catalana, el uso del catalán y todo cuanto podía suponer  una manifestación del separatismo en la región. Maciá como, se sabe, no podía entrar en España y mucho menos en Cataluña, sometido como estaba a varios procesos, que le hacían andar errante por Europa.
Hubo unos años de apachismo en Barcelona, de lucha de clases feroz e implacable. Los Sindicatos, imbuidos por el aire y el ejemplo que. llegaban de Rusia, se sentían levantiscos v feroces, y daban a las luchas sociales un carácter trágico. Se sucedían los asesinatos de patronos, por un quítame allá esas pajas, crímenes que quedaban en su mayoría en la impunidad. Luego sindicalistas y anarquistas volvieron sus armas contra la fuerza armada, y amenudo eran asesinados a traición y cobardemente, policías, agentes y guardia civiles. El poder público parecía sordo y muerto ante estos crímenes, repetidos hasta; la saciedad, y las autoridades  parecían impotentes para poner coto al desorden y a la violencia que se iban adueñándo de un modo insensible de toda Barcelona desde donde extendían sus tentáculos a toda España. Ya era raro el día en que una cuadrilla de gentes de la busca, verdaderos apaches organizados como en Chicago, no asaltaban, a plena luz del día, un Banco, un restaurante, un establecimiento, obligando, a levantar los brazos; a las  docenas de personas que allí se encontraban, llevándose tranquilamente el dinero.  Al lado, de esta descomposición social peligrosísima, corría pareja la descomposición política, y los partidos de izquierda, dejados a su albedrío, o poco menos por los Gobiernos de Dato de Romanones, de Sánchez Guerra, iban acentuando su radicalismo y llegando a extremos intolerables en sus campañas.
Así las cosas surgió el golpe de Estado de Primo de Rivera, qué nosotros no queremos ni podemos enjuiciar aquí. Fueron seis años hay que decirlo muy alto, de paz, de orden, de trabajo, de respeto en todos los órdenes sociales y políticos. Barcelona volvió a ser la ciudad, alegre, reidora, bulliciosa y atareada que había sido años atrás, cuando la guerra europea voleaba aquí el oro a torrentes. Durante la Dictadura se transformó, por completo, la ciudad se hicieron obras maravillosas como esa incomparable Diagonal, se completó el Ensanche se trazaron bulevares y calles nuevas a millares, se asfalfo y arregló todo el paviménto de la Urbe. Por si ello era poco el monte hostil y árido de Montjuich, refugio de gentes del hampa  y de apaches y busconas, se convirtió en un jardín inmenso lleno de follajes y frescuras, entre los que se elevaban al cielo las cúpulas y cimborrios de los centenares de palacios de la Exposición. Barcelona conoció los días más prósperos más ricos, más alegres, más bulliciosos de su vida, dentro del orden de la tolerancia recíproca, del respeto de una autoridad que velaba sobre todos como, madre amante y solicita.
Parecían olvidados los viejos rencores de los partidos, por lo menos aparentemente, aunque luego fue sabiendo, la opinión que durante la Dictadura se ejerció una fortísima presión  sobre las oposiciones y los hombres que las encarnaban, Lerroux, Laígo Caballero, Prieto, Domingo, Maciá, Compánys, eran dura y obstinadamente perseguidos, y, como suele suceder en todos los órdenes de la vida, aquella paz aparente y dulcísima no era más que el resultado de un Poder público, que dormía con el arma al brazo, siempre vigilante y atento a que nadie se saliera de su línea ni de su deber a que nadie cometiera atropellos o barrabasadas en nombre de no importa que partido o que ideología.
Los enemigos de la Dictadura, echaron luego a volar a los cuatro vientos la especie, tan explotada desde la proclamación de la Répública de que durante los años de Primo de Rivera España había vivido en la abyección.
Al desaparecer la Dictadura, del modo que que todos sabemos, todas las pasiones contenidas, todos los odios acumulados, contra el dictador y sus colaboradores estallaron en España  entera con una explosión  de multitud enloquecida ante la libertad.  El odio no paraba en ningún sitio, y del Rey para abajo se hacía culpable a la Dictadura, a todos los que habían encarnado algún poder en aquel tiempo. Los líderes republicanos y socialistas saliendo de la inactividad y el marasmo a que les había condenado en tantos años la Dictadura militar iniciaron una serie de campañas contra el Dictador y contra el régimen.  No hemos de recordar la actuación, de los intelectuales madrileños, ni del Ateneo, que tantísimo influyó en la caída de la Monarquía. Vamos a ceñirnos a lo que ocurrió entonces en Barcelona.
Aquí —y al decir Barcelona es lo mismo que decir Cataluña, dada la influencia que la capital tiene/sobre toda la región—, aquí, digo los hombres y los partidos perseguidos durante la Dictadura, creyeron llegada la hora de la revancha, lanzándose a la acción con el impulso del odio contenido o como una ballesta. Los odios de los partidos se hicieron odios personales. Así a la Dictadura, encarnada aquí en la figura de Martínez Anido, se le hizo desde entonces blanco de un odio feroz implacable, excitando a las masas contra el famoso general y pidiendo su cabeza en los mítines los directores de las masas. Las masas, a su vez, ya se sabe que son la bestia de cien mil patas y ninguna cabeza, que van a donde las llevan sus dirigentes. Las multitudes bramaban ahora, rebeladas contra aquellos “oprobiosos de la Dictadura” según les llamaban los, jefes, de los partidos y los intelectuales de toda España. Bravo Portillo, Martínez Anido y todos los que habían ejercido una autoridad en Barcelona hubieron de marcharse de aquí. Y aquí, al calor de esta inmensa ola de rebeldía  que agitaba  a las maréas, Maciá y su partido, volvieron a agitar la bandera del separatismo.
Ni aun entonces, de todos modos, fue Companys partidario de un separatismo radical de Cataluña, Companys, era viejo republicano que discrepaba de Maciá y de los separatistas, que discrepó hasta el último instante hasta que, como luego veremos—, fue elevado a la presidencia de la Generalidad. Pero de todos modos Companys y Maciá , se habían aliado para  luchar contra el enemigo común: el Rey, el régimen, que les había perseguido y encarcelado y expatriado tanto.
Así se llegó al famoso Pacto de San Sebastián en el que socialistas y republicanos se juramentaron para derribar el régimen, instaurar la República y dar a la nación un régimen y una estructura más liberal y más en armonía con los tiempos. Hay quien, dice, que Maciá exigió en aquel Pacto la libertad absoluta de Cataluña, y hay quien lo niega en modo absoluto. Lerroux y su partido no creemos que consintieran en ello nunca y si bien el peligro y las horas de prueba unen a los hombres, incluso a los enemigos más irreconciliables nos inclinamos a creer que el Emperador del Paralelo mantuvo sus puntos de vista españolista y la intangibilidad  de la patria española como primera condición para cualquier acción futura.
De todos modos, la opinión estaba ya trabajadísima por los líderes de la oposición incluso por las campañas de los intelectuales cuando se llegó a las famosas elecciones municipales del 12 de abril de 1931. El conde de Romanones, en su famosísima obra Las últimas horas de una Monarquía, publicada por Morata nos cuenta la sorpresa enorme que le causaron las noticias recibidas  de toda España dandoc uenta del triunfo de los republicanos. Eran los mismo telegraas recibidos en Gobernación y que el conde comenta con inmenso asombro. La candidatura monárquica arrollada ¡No quería creerlo ! Al volver a Madrid —sigue- diciendo el conde de Romanones al hablar de las famosas elecciones, —me di enseguida,cuenta de  que la batalla estaba pedida. Me bastó saber que en el centro del barrio de Salamanca, donde sólo hay clase media y donde habita la aristocracia de la sangre y del dinero, el escrutinio resultaba adverso  para los monárquicos. Me encaminé al ministerio de Estado y allí, con la impaciencia natural, comencé a llamar por teléfono a los gobernadores,  los primeros a mis amigos. Y sin excepción, todos me contestaban con, las mismas palabras: “¡La candidatura monárquica arrollada!”
En Barcelona, no hay que decirlo, el triunfo de las famosas elecciones municipales dieron una aplastante mayoría a los repúblicanos. En realidad, como dice muy bien el conde de  Romanones en su citada obra, la Monarquía había caído al suelo a consecuencia de aquellas elecciones, sin necesidad de dispararse un tiro, Luis Companys fue uno de los concejales  republicanos que salieron triunfantes en aquellas elecciones en Barcelona. ¡Era la hora del triunfo! Y no del triunfo del partido solamente, sino del ideal sostenido durante toda su vida  por el gran luchador, que era el que había de llegar a ser presidente de la Generalidad. Companys no se resignaba a esperar a la toma de posesión por los nuevos concejales. La impaciencia le espoleaba, empujándole a cometer uno de esos actos de locura que sólo ejecutan los héroes, los inadaptados, los rebeldes y que los mismo pueden terminar en un trono de oro, en un pináculo de fortuna y de fama y de prestigio, que en la horca, en un calabozo o ante el piquete de ejecución.
Pero jugárse la vida es para ciertos hombres lo de menos cuando se lleva: a la éspalda un pesado fardo de odio, de rencores, de sufrimientos y el corazón es valiente y está bien puesto. ¡Adelante!
Era el día 14 de abril, fecha memorable en la Historia de España. En Barcelona, como en todo el resto de España se notaba una gran agitación política desde que se conocieran el lunes,  el triunfo de los republicanos en toda la nación. Pero no se habían  producido manifestaciones tumultuosas ni desórdenes de ninguna clase.
En la mañana de ese día coincidieron en la terraza de un café céntrico los Sres. Companys y Lluhí, ambos, como es sabido concejales republicanos triunfantes en las recientes eleciones. Los dos parece ser que cambiaron  impresiones. Companys, se mostraba muy excitado y poco después, se puso alfrente de una pequeña manifestación que, bajando por las Ramblas, se dirigió al Ayuntamiento. Lluhí iba con él desde luego, al frente de los manifestantes, que eran en escaso número. La manifestación llegó ante el Ayuntamiento de Barcelona y Companys, Lluhí y otros cuantos adictos subieron al despacho de la Alcaldía, donde estaba el alcalde, señor Martínez Domingo entre tenientes de alcalde y periodistas. Companys le dijo a Martínez Domingo que se había producido  un hecho revolucionario  y que, como consecuencia de las últimas elecciones habían triunfado los republicanos querían hacerse cargo  inmediatamente del Ayuntamiento para proclamar en seguida la República.
Luego de un forcejeo de palabras entre los Sres. Martínez Domingo y Companys, el primero acabó por decir -¡Perfectamente; yo no puedo entregar la vara sin permiso del Gobierno lo primero, y de mi partido, después! De todos modos, la vara, símbolo de la Alcaldía, está ahí encima de la mesa; sí ustedes quieren cometer un acto de fuerza, cójanla pero conste que yo  seré entonces arrollado por la violencia.
El Sr. Companys entonces se precipitó y cogió la vara, enarbolándola en alto y trasladándose seguidamente, seguido del Sr. Lluhí y de los que les habían acompañado, hasta un salón  inmediato, cuyos balcones recaen sobre la plaza de San Jaime, hoy de la República. Pronto Companys mandó a por una bandera republicana que fue traída en seguida de un Centro obrero próximo, y la bandera fue izada en el balcón central del Ayuntamiento, desde el que Companys dirigió la palabra a la multitud, que iba engrosando por momentos, diciendo que quedaba proclamada la República, a la vez que invitaba a todo el mundo a conservar la serenidad en momentos tan graves.
Pero aquí queremos nosotros hacer un alto y una salvedad. Obsérvese que Companys no proclamó “la República catalana”, sino sencillamente “la República”. Ya hemos dicho antes que  Companys no era separatista ni pensaba llevar las cosas tan lejos como fueron empujadas por Maciá y sus incondicionales. La bandera republicana fue izada también, poco después en el balcón de la Diputación —el actual edificio de la Generalidad— y allí se puso un cartel anunciando que el Rey Alfonso había abdicado y la República se había proclamado en toda España.
Mientras tanto, Companys se reunía con los otros concejales republicanos en el Ayuntamiento, acordándose llamar al Sr. Maciá. Poco después Companys lo anunciaba así al público desde el balcón, haciendo saber que se había mandado llamar a Maciá para hacerse cargo del Gobierno de Cataluña.
No había transcurrido media hora cuando llegó al Ayuntamiento Maciá. La multitud, que ya era compacta en la plaza, aplaudía frenéticamente creyendo muchos de buena fe que aquello era la proclamación de la República española, tal como Companys lo había anunciado. En efecto, Companys lo hizo así de buena fé, pero al llegar Maciá al Ayuntamiento la cosa cambió. Maciá, político violento, enemigo irreconciliable, no ya del régimen monárquico sino de España creyó que había sonado la hora de la venganza, de vengar todas sus persecuciones, todos sus destierros, todas sus amarguras personales, y luego de cambiar unos minutos breves impresiones con los concejales reunidos bajo la presidencia de Companys salió al balcón y proclamó “la República catalana”. Nadie tuvo fuerzas para oponerse a esta declaración formidable que podía haber provocado fulminantemente la guerra  civil en España. Hay quien dice que Companys disentió, pero fue arrollado por Maciá y desbordado por éste y por sus satélites. Los grupos incondicionales de Maciá habían penetrado mientras tanto en el Palacio de la Diputación y arrojaban por los balcones los retratos del Rey y de la Familia Real, que eran, quemados o despedazados por las turbas, ya borrachas de entusiasmo. Maciá, enardecido a su vez, habló a la multitud desde el balcón de la Diputación, diciendo que desde aquel momento se  hacía cargo del Gobierno de Cataluña y que no se marcharía de allí ni abandonaría su puesto como no le sacaran muerto.
Sabida es la escena que ocurrió poco después en la Diputación entre Maciá y el presidente de la Diputación, señor Maluquer y Viladot. Este, al tener noticia de  lo que ocurría, se presentó en la Diputación, diciendo al Sr. Maciá que tenía que marcharse de allí cediendo su puesto al presidente, que era él,  Máluqúer entofices Maciá le dijo:
—¿Quién le ha nombrado a usted presidente de esta casa?
Mis compañeros y la Monarquía—contestó Maluquer yViladot.
- Pues bien—-siguió diciendo Maciá— la Monarquía ya no existe, y en nombre del pueblo de Cataluña, que acaba de proclamar la República catalana, yo le invito a que se retire.
Maluquer contestó que sólo se retiraría cediendo a la fuerza,
y Maciá entonces le dio un empujón, diciendo:
— ¿Es bantante así?
A lo que Maliquer repuso que sí que ya era suficiente, retirándose seguidamente del Palacio
Momentos después, por cierto, fué cuando se presentaron en el Palacio de la Diputación dos oficiales del Ejército Español cuyos nombres iban a jugar tanto papel en el golpe de Estado de Companys en la noche del 6 de octubre de 1934, los Sres. Escófet.y Pérez Farras, ambos para ponerse a las órdenes de Maciá.
Pero he aquí la cosa misteriosa y extraña, de esas qué sólo puede explicarnos la historia, y que escapa a toda lógica y a todo raciocinio, el golpe de Estado de Companys el día 14 de abril de 1931, que terminó con la proclamación de la República catalana por parte de Maciá, podía haber originado, y estuvo a punto de originar, una verdadera guerra civil. Yo tenía  entonces un íntimo amigo entre la oficialidad de la guarnición de Barcelona, y me dijo que el día 14 estuvieron las tropas apunto de salir a la calle. Los cañones que han disparado contra la Generalidad en la noche del 6 de octubre de 1934 estuvieron a punto de disparar contra el mismo Palacio en la tarde del 14 de abril. La catástrofe se evitó entonces, pero no se  ha podido evitar ahora. ¿A dónde nos llevará más adelante el segundo golpe de Estado de Companys?

El golpe de Estado de la Generalidad

CAPITULO IV

Una entrevista histórica. – Después de la proclamación de la República española. – “El mayor sacrificio de mi vida”.- Companys, gobernador de Barcelona.- La política de la Esquerra y la política general catalana. – Los separatistas. – El Estatuto.- La muerte de Maciá.- Companys, ministro de Marina y presidente dé la Generalidad.— La estrella solitaria y los del “Estat  Cátala.
“iEsto no acabará bien!” Pasamos los, barceloneses unas horas y unos días de intensísima angustuia. Tengase en cuenta que más del50 por cien de la población de Barcelona es castellana, como aquí se llama a todo el que no es nacido en Cataluña. Solamente la colonia valenciana pasa de las 130.000 almas, y aun dicen que es más numerosa la aragonesa.  Son centenares, es decir, miles los castellanos casados con mujeres catalanas, las castellanas con catalánes y los matrimonios de castellanos hechos aquí que tienen hijos catalanes por su nacimiento en Barcelona.
Y toda esta población que pasa del medio millón de almas, vivimos unos días con la horrible zozobra de no saber si el golpe de Estado de Companys, mejor dicho, la tremenda  declaración de Maciá proclamando la República catalana nos tenía abocados a una guerra civil, que habría de ser la más cruel para los que hemos fundado en Barcelona una casa y una familia.
Por fortuna, el conflicto se resolvió favorable e inesperadamente. A los pocos días de proclamada la República ambas Repúblicas, mejor dicho, vinieron a Barcelona en avión tres ministros del Gobierno provisional: Domingo, Prieto y De los Ríos. Venían con la delicadísima misión de convencer a Maciá para que depusiera su actitud, haciéndole ver que un desmembramiento de la patria sólo ¿conduciría a la guerra civil, agravando la situación comprometida del régimen en sus primeros y vacilantes pasos. La entrevista fue histórica. El forcejeo, larguísimo y durísimo. Personas que asistieron a la reunión dicen que la discusión tomó en ciertos instantes tonos dramáticos, y que Maciá, con aquella obstinación que le caracterizaba, no quería ceder un ápice en su posición y en su punto de vista. Hubo un momento en que las relaciones parecieron rotas y los tres ministros del Gobierno provisional se sintieron descorazonados. Parece ser que en esta entrevista, a la que también asistía Companys, fue éste el que logró convencer a Maciá para que cediera. En cambio, otros dirigentes del partido de Maciá se mostraban de una intransigencia invencible. Sea de ello lo que fuera, lo cierto sí es que luego de casi siete horas de discusión, Maciá salió al balcón del Palacio de  la Generalidad y dijo, entre otras cosas, a la multitud congregada en la plaza:
—¡Catalanes: Acabo de hacer el mayor sacrificio de mi vida!
Maciá se refería a haber cedido ante la presión de los ministros del Gobierno provisional y las palabras conciliadoras de Companys y otros catalanes renunciando al sueño de toda su vida de ver a Cataluña completamente libre y desligada del resto de España. Otros afirman que Maciá sólo cedió diciendo que más tarde habría de concederse la libertad absoluta a la región mientras otros, en fin, sostienen que se conformó con la promesa hecha por los ministros de que el Estatuto que se concedería a Cataluña sería de gran amplitud y gran envergadura. De aquella reunión salió también el nombramiento de Companys para gobernador de Barcelona, mejor dicho, la confirmación ya que Companys estaba en el Gobierno  civil desde unos días antes.
Y entonces se inició lo que pudiéramos llamar la carrera de la locura en la política de la Esquerra catalana y en la política general de Cataluña. Las libertades concedidas, el triunfo, tan inesperado de aquellos hombres que se habían visto hasta poco antes desterrados y perseguidos, emborrachó a los dirigentes del partido de Esquerra, que pedían libertades y más libertades para la región autónoma, elaborando un principio de Estatuto que resultaba, en realidad, una Constitución de un país libre. El Gobierno de Madrid, aplastado de trabajo, y las Cortes Constituyentes emborrachadas de libertad también, no veían que ciertas leyes y ciertas decisiones eran verdaderas semillas de discordias futuras. Azaña fue un defensor  acérrimo del Estatuto de Cataluña, y su Gobierno y aquellas Cortes otorgaron a la región autónoma un Estatuto que encerraba facultades que nunca debió haber cedido el Estado  central, como por ejemplo, el orden público, atrocidad la mayor de las que ha hecho la República española, y que puso en manos de sus enemigos un arma segura para que la hirieran  por la espalda. La presión de Maciá se hizo sentir muchísimo durante la discusión del Estatuto, como todos sabemos, y el avi, hostigado a su vez por los separatistas que le seguían imponía en Madrid su voluntad y arrancaba. trozo a trozo, concesiones escandalosas al Estado y al Gobierno central. Voces sensatas se elevaron en el Parlamento español y en la Prensa, advirtiendo el peligro que se veía surgir en el horizonte. Entre los políticos no fueron pocos los que advirtieron también que el Estatuto, llevando sus concesiones hasta, lo inverosímil, nos metía a todos en un avispero. Los castellanos de Barcelona, incluso los que tenemos a Cataluña un cariño infinito, los que tenemos aquí nuestra familia,  nuestra profesión, nuestras amistades, nuestro mundo y nuestro trabajo, veíamos con creciente alarma la marcha de la politica de la Esquerra, de la política general catalana en la que sólo un  partido — la Lliga— discrepó y tuvo la gallardía de proclamarlo, en público, de la marcha que se daba a la cosa pública en la región autónoma. Cada acto público, hasta los más insignificantes, en los que intervenía el presidente Maciá, era una apología del separatismo, un canto a la libertad absoluta de Cataluña y una promesa rotunda a todos sus partidarios de que la libertad completa de Cataluña no se haría esperar. Unido a esto, el tono altisonante de los discursos separatistas iba subiendo cada vez más, y en los organismos oficiales; en el mismo Ayuntamiento de Barcelona, ya nadie, empezando por el alcalde, que era entonces Ayguadé, se recataba de manifestar sus ideas separatistas. El Estado central estaba sordo y  ciego. En Madrid no se veía ni se oía o no se quería oir ni ver lo que pasaba aquí. Maciá organizaba sus juventudes de Estat Català, y éstas un día se atrevieron a flamear en público la  bandera con la estrella solitaria. La audacia fue consentida también, y, naturalmente, las, banderas con la estrella solitaria se multiplicaron desde entonces y se exhibían en público, en todos los actos oficiales y en todos los momentos. Por las calles, en cada seis balcones, había un rótulo que decía: “¡Nosaltres sols!”. Era un Centro, separatista. Poco a poco el, Estatuto  había ido poniendo en manos del Gobierno de Cataluña la hacienda, la enseñanza, la higiene, el Orden público… Maciá y sus hombres organizaban Cuerpos armados, Policía de la  Generalidad, y el Estado iba cediendo a la región cuadros enteros de fuerza armada, armamentos, atribuciones y atribuciones, dinero, prerrogativas y privilegios sin fin. Cuando se interrumpía un momento el río de las concesiones ilimitadas, Maciá volvía a amenazar al Gobierno central, recordándole sus compromisos y sus promesas… Y seguía el desfile de  claudicaciones v de concesiones. Y así poco a poco, el Estatuto confirió a Cataluña una verdadera Constitución de país que para ser absolutamente libre sólo tenía que disponer de un  poco más de fuerza armada y poner Aduanas en las fronteras de la región autónoma.
Paralelo a este proceso se incubaba otro de odio a los castellanos, de vejaciones, de insultos, de persecuciones también. El hecho de no haber nacido en Cataluña era para los que vivimos aquí, aun los que llevamos tantos años, un motivo de persecución y de desprecio. Se nos consideraba extranjeros. Los fanáticos nos volvían la espalda, cuando no nos agredían de palabra. A cada instante oíamos amenazas, de expulsión o de degüello general de los castellanos.
La muerte de Maciá pareció enfriar un tanto el entusiasmo bélico de los separatistas. La falta del avi descorazonó a muchas gentes ¿Quién recogería ahora la antorcha que Maciá tremoló con la divisa del odio irreconciliable hacia Castilla y todos sus hijos…? No se veía al hombre apropósito. De todos modos en el entierro de Maciá—como ha hecho, observar muy bien el fiscal con motivo de la causa contra Pérez Farras y Escofet—desfiló ante los ministros del Gobierno central un verdadero firmamento de estrellas solitarias. Y todo esto lo  consentía el Estado central, con gran contento de los separatistas, que veían ya la breva madura y apunto de caerles en la boca. ¿ Qué más podían desear… ? El mismo Gobierno de  Madrid presenciando, por ojos de sus ministros, una verdadera manifestación separatista y presidiéndola. ; No se conoce en la Historia caso de aberración política semejante ni de  dejación más absoluta de la dignidad del Poder público.
Alegremente, el Gobierno central seguía representando el papel de corderillo de la fábula, mientras el lobo catalán iba afilando paciente y tranquilamente sus uñas. Una pequeña tregua había habido entre los dos poderes que se iban irguiendo uno frente a otro, poco antes de la muerte de Maciá, cuando  Companys fue nombrado ministro de Marina. Aquéllo desconcertó un poco a los fanáticos de la Esquerra pero el mismo Maciá se encargó de tranquilizar a sus incondicionales aquello era una de tantas maniobras para desconcertar a los políticos de Madrid, a la opinión entera, de España, a la que se le decía:
“¿Lo ven ustedes…? ¡Nosotros no somos separatistas!
¡Colaboramos en el Gobierno central!. ¡ Está bien claro…!”
Y en verdad que consiguieron los catalanes sorprender y desorientar con esta política al Gobierno central el primero  ya la opinión de toda España después que se preguntaba, inquieta y nerviosa, qué juego podía ocultarse bajo esta conducta tan contradictoria de las gentes que mandaban en Cataluña.
La muerte de Maciá, como decimos, planteó el problema de la sucesión, no de la Presidencia de la Generalidad solamente, sino y más que eso, de la persona que había de recoger el  espíritu de Maciá. El espíritu de Maciá, que era absoluta, rotunda, acérrimamente separatista, y que había orientado la política de la Generalidad en un sentido hostil a todo, lo que no  fuera catalanista da la seva, cómo aquí se dice. En vano los hombres de la Lliga, gentes más avisadas y prudentes que las de la Esquerra, políticos más eminentes también y curtidos en  los frentes de la cosa pública, advertían a los dirigentes de la política catalana que el camino emprendido era un despeñadero que no llevaría más que a una catástrofe. Voces sensatas  se elevaban en algunos periódicos, y entre ellos La Vanguardia—ese órgano tan admirable de la opinión barcelonesa, al que imprime su ritmo el talento de Gaziel, y el seny catalán ese mismo hombre, periodista, y director incomparable, había advertido también ya varias veces a los hombres de la Esquerra lo insensato de la conducta. A todos estos que intentaban  poner un freno en la carrera de locura, se les insultaba, se les amenazaba se les llamaba indios patriotas, y a alguno de ellos, como al heroico Sr. Abadal, se les intentó agredir y poco menos que linchar por elevar su voz, opuesta al parecer de las gentes de la Esquerra, en el Parlamento catalán. De todos modos, Companys fue elegido presidente de la Generalidad pero, aunque ya hemos dicho que Companys no encarnaba ni con mucho él ideal separatista, era al menos, el iniciador déela nueva era catalana, el que había dado el primer paso hacia la autonomía y el Estatuto, con su famoso golpe de Estado del 14 de abril de casi tres años antes. Además, los elementos radicales entre las gentes de Esquerra, quiero decir, los  partidarios del separatismo a ultranza – Lluhí Vallescá, Ventura Gassol, Badía, Dencás y otros—, tenían la firme convicción de que, andando el tiempo y no habría de transcurrir  mucho Companys sería arrollado y desbordado por ellos y los del Estat Catalá.
En efecto; no tardó mucho tiempo, desde la elevación de Companys a su alto puesto, en empezar a acentuarse la orientación francamente separatista, que se venía imprimiendo a los  organismos oficiales de Cataluña desde el mismo día 14 de abril de 1931. Companys resistió algo al principio; pero es muy natural que en esas alturas, los hombres se cieguen de orgullo  y de poderío. Companys tenía que responder a los postulados de la Esquerra, y esta, durante el mandato de Maciá, habíase corrido imprudentísimamente hacia una izquierda más  radical y absoluta que nunca. En una fiesta oficial, los elementos de Estat Català izaron una bandera con la estrella solitaria, y desde entonces, en todos los actos oficiales ondeó
ya bandera separatista sin reserva alguna. Los puestos más importantes de la Administración, del Orden público, fueron sucesivamente ocupados por los fanáticos del separatismo y así Badía pasó a ser jefe de Policía de Barcelona; Dencás, consejero de Gobernación; el doctor Serrà Hunter, rector de la Universidad; Coll, comisario general de Orden público, y así sucesivamente. Gentes que, como Badía, eran presidentes de Estat Catalá, jefes de las organizaciones separatistas más descaradas y violentas, ocupaban los puestos, públicos, y por lógica, la política de la Generalidad había de virar incansablemente hacia el separatismo y un radicalismo en los procedimientos que llegaba a alarmar a los más audaces. La facilidad con que se conseguía todo, con que todo se consentía por parte del Gobierno central, envalentonaba más y más a las gentes que rodeaban a Companys, y éste no tuvo más remedio que seguir el ritmo que le marcaban los dirigentes de su partido, ritmo que era la orden del día en el Parlamento catalán, en los centros oficiales todos en la política general de la región  autónoma y hasta en los cuerpos armados que dependían de la Generalidad, tales como Mozos de Escuadra, guardias de Asalto traspasados a Cataluña, policías de la Generalidad, etc., etc., etc. ¿Qué faltaba para declarar la libertad absoluta de Cataluña y realizar el sueño dorado de Maciá…? Nada; según los separatistas puros: un nuevo golpe de Estado, como el que había dado ya Companys el 14 de abril del 31; un poco más de audacia y el Estado español, que ya había consentido, tantas cosas, acabaría consintiendo también un desgarrón  irreparable en la integridad nacional.
Y todos los amigos de Companys, todos sus compañeros de Gobierno, empezaron a azuzar al presidente. El golpe de Estado era cosa hecha.  La fruta estaba madura y no faltaba más que  el hombre audaz que tendiera la mano y la cogiera. El Gobierno de Madrid era cada, vez más débil y además la situación de España, demasiado inquietante por sí, no permitiría a ningún Gobierno central hacer una oposición seria al golpe de Estado de Cataluña. Esto sin contar con que el Ejército, la Marina  se pondría también de parte de Cataluña al primer grito  de rebeldía. ¡Nada, nada, adelante!
Y Companys se creyó el nuevo Mesías de la región: autónoma, el héroe escogido por el Destino para declarar la libertad absoluta de Cataluña, para siempre. Se empezaron, a hacer preparativos febriles, sin tapujos, descaradamente, Badía depuesto de su cargo de jefe de Policía y Dencás, en el departamento de Gobernación, eran el  alma del golpe separatista que se preparaba! Las juventudes de Estat Catalá habían ido recibiendo armamento excelentísimo, municiones abundantes, y tenían una organización  envidiable. Eran un verdadero ejército, con el que se podía contar aún en el caso improbable de que el general Batet —catalán de nacimiento— no se pusiera a las órdenes, de Companys  con todas sus fuerzas, al primer requerimiento. El dinero había corrido y corría como un río inagotable desde los mismos departamentos oficiales, que iban organizando el golpe de Estado, la resistencia, los servicios todos de la nueva nación para que funcionaran desde el primer momento. El camino iba a ser fácil, llano, expédito, como lo fue cuando Companys y Maciá, proclamaron la República desde los balcones del Ayuntamiento. Cataluña, Cataluña entera, sin distinción de partidos, ni de hombres, se iba a levantar, como una sola alma en cuanto Companys lanzara el primer grito, de guerra y de rebeldía. ¡Nada, nada; adelante, adelante!…
Pero… en algunos sitios de Cataluña, en algunos órganos de la Prensa —Gaziel, desde La Vanguardia lo había hecho varias veces, con su eterno tono tan sereno, luminoso y ecuánime—, se habían elevado voces, en medio de la locura que parecía agitar las altas esferas del Gobierno, de Cataluña, que pretendían advertir a los dementes del peligro. Los hombres de la Lliga  también, en periódicos y conferencias, en declaraciones y en el mismo Parlamento de Cataluña y en el Parlamento español, habían advertido a Companys y a los que le seguían,  que aquello, era una loca, una absurda, una insensata carrera hacia el abismo. Gentes prudentes y cuerdas, aconsejaban a Companys y a sus acólitos que  frenaran, antes de dar aquel  insensato salto en el vacío. Liarse la manta a la cabeza, es un procedimiento insensato, y pueril que si es verdad que a veces lleva al triunfo, conduce casi siempre, de un modo fatal a lo catastrófico e irremediable. Pero ya el mismo Companys no escuchaba las voces de la cordura ni de la prudencia; él mismo había sido cogido, en el centro del torbellino demente que  agitaba a sus hombres, y él mismo creyó de buena fe, como lo creyeron hasta, el último instante los separatistas acérrimos—Lluhí y Vallescá, Ventura Gassol, Dencás, Badía, Ayguádé, Pi y Suñé y tantos más— que el pueblo de Cataluña iba ha levantarse como un sólo hombre al primer grito de guerra de Companys, siguiendo a las juventudes de Estat Català hasta implantar en la región autónoma la soberanía y la libertad más absolutas.
Ahora: que, como decía muy bien el tantas veces citado Gaziel, al día siguiente del nuevo golpe de Estado; que había de llevar a la cárcel a Companys y a todo el Gobierno de Cataluña, consumatum est, nos acordamos de sus palabras de cordura, meses y días antes de la hecatombe: “La política de la Esquerra, lleva a la región autónoma al precipicio! Se fomenta la lucha de clases, se alardea de una fuerza que no tenemos en realidad, se emplea un tono amenazador que es muy comprometido… ¡Esto acabará mal…!”


El golpe de Estado de la Generalidad

CAPITULO V
El primer incidente grave.—La ley de Contratos de cultivos.— Disidencias entre los catalanes.—Los “rabassaires” y los propietarios.—La anarquía en el campo.—Lo que hay en Cataluña…—Hay que matar “científicaménte”.—-Miguel; Badía, en la Jefatura de Policía de Barcelona.’— Los incidentes de la Audiencia.—Un banquete memorable.—-Horas  decisivas.—-El Gobierno Lerroux declara el estado de guerra.—El nuevo golpe de Estado de Companys.—La noche trágica del 6 de octubre.

Llevaba Companys relativamente poco tiempo en la presidencia de la Generalidad cuando surgió el primer incidente grave entre el Poder central y la región autónoma. Nos, referimos a la famosa ley de Contratos de cultivos. No pretendemos nosotrós examinarla, ni es éste el lugar ni nosotros los llamados a ello. Buena o mala, esa ley fue aprobada por el Parlamento catalán, pero las derechas de Cataluña, a las que se hería y poco menos que se expoliaba en esa ley, no conformes con ella, llevaron el asunto a Madrid, y el Gobierno la sometió al  Tribunal de Garantías. Sabido es que, con arreglo a la Constitución española vigente desde la República, ese Tribunal tiene facultades omnipotentes y que han de someterse incluso las  decisiones de las Cortes de la nación en ciertos casos, teniendo potestad para enjuiciar incluso al presidente de la República, es decir al jefe del Estado. Hay un artículo del Estatuto de Cataluña que dice que. cualquier divergencia, que pudiera surgir entre el Estado central y la región autónoma habrá de resolverse por medio del Tribunal de Garantías, cuyos fallos son inapelables, puesto que decide incluso en cuestiones de competencia del Tribunal Supremo. La cosa es clarísima, y es clarísimo también que si la región autónoma invade atribuciones  o derechos del Poder central, el Tribunal de Garantías es el llamado a resolver el conflicto y ambas partes han de aceptar el fallo de dicho altísimo organismo a rajatabla.
Pues bien todos sabemos lo qué ocurrió con la ley de Contratos de cultivos, en la que el Parlamento catalán había invadido atribuciones que corresponden al Estado español. El Tribunal de Garantías falló en contra de la decisión tomada por el Parlamento de Cataluña declarando, por tanto, improcedente y nula la ley de Contratos de cultivós. Y aquí  surgió el  primer incidente grave, entre el Poder central y la Generalidad. Porque Companys adoptando también por primera vez una actitud de rebeldía frente al Poder central de la nación, declaró solemnemente, en el Parlamento de Cataluña, en medio de los aplausos frenéticos de la Esquerra, que aquella ley votada por el Parlamento catalán, y que representaba el sentir de la mayoría del pueblo catalán habría de cumplirse letra a letra por encima de todo y pasara lo que pasara. A continuación subrayó que la sentencia en contra del Tribunal de Garantias no significaba nada para el Parlamento catalán y que éste, que había votado la ley la vería cumplida, porque el Gobierno de la Generalidad le apoyaría con todas sus fuerzas, llegando a donde hubiese que llegar para ello.
Teoría peregrina en extremo y que no podría, haber suscrito el más simple jurista del mundo, ya que no puede admitirse que un hombre de gobierno hable de atropellar la ley, “pase
lo que pase” como no sea aceptando un papel de rebelde que le coloca a él mismo automáticamente fuera de la ley asimismo. Los que queremos y admiramos a Companys sentimos  desde aquel momento un gran desencanto porque vimos que le había ganado el contagio de la locura de las gentes de su partido. Era de esperar. La ecuanimidad y la templanza no podían conservarse en medio de aquél ambiente, donde todos, preconizaban y aconsejaban la violencia como camino más recto y fácil para llegar a la libertad absoluta de Cataluña.Si en vez de estar en aquel momento al frente del Gobierno español un hombre como Samper, hubiera sido Lerroux el jefe del Gabinete, aquella misma tarde los cañones del  Ejercito habrían bombardeado el Parlamento catalán, y Companys habría sido conducido, a la cárcel, como lo fue más tarde, en la mañana del 7 de octubre. Él y todos los que formaban el Gobierno de Cataluña.
No se hizo así y, en cambio, se consintieron las manifestaciones catalanistas y separatistas que recorrieron toda la ciudad, las manifestaciones de Estat Catalá frente al Parlamento y  el ultraje, al noble y heroico Sr. Abadal, que, con peligro de su, vida, levantó la voz -la única- de la cordura, en el Parlamento de Cataluña, en aquella ocasión solemne. No se hizo así, y se consintió explícitamente desde aquel momento que el Gobierno de la Generalidad fuera un Gobierno faccioso, desde el momento en que se declaraba en franca rebeldía contra el Poder central y su presidente decía en pleno Parlamento catalán que ni este ni el Gobierno de la Generalidad tenían por qué obedecer los fallos del Tribunal de Garantías… cuando  eran adversos haciendo mofa así de la Constitución del Estado, de la que, dimana y es una parte integrante el Estatuto de Cataluña.
La actitud de Companys y, más aún, desde luego; la actitud de debilidad e indecisión del Gobierno Samper ante conflicto de tal magnitud, envalentonaron a los dirigentes de la Esquerra y a los de Estat Catalá hasta un extremo inaudito. ¡Ya era cosa hecha! El Estado central no se atrevía siquiera a proclamar en Cataluña el estado de guerra, porque la Generalidad y los partidos que dirigían la política catalana, a excepción de la Lliga, habían hecho saber indirectamente al Gobierno central que aquello sería considerado como un acto explícito de agresión a Cataluña. El estado de guerra llevaba consigo la facultad de la reversión al Estado central del Orden público, y el mismo consejero de Justicia de la  Generalidad decía en Madrid, pocas horas antes del golpe de Estado del 6 de octubre, que Cataluña no se dejaría arrebatar el orden público de ninguna manera pasara lo que pasara”. Se habían dado ordenes severas y terminantes a las Juventudes de Estat Catalá y luego se ha visto que, éstas estaban magníficamente armadas y pertrechadas, así como a todos los Cuerpos armados que dependían de la Generalidad, para el momento oportuno. Y los periódicos de la Esquerra empleaban el mismo tono agresivo y altisonante de la Prensa enemiga  en vísperas de la ruptura de hostilidades.
Mientras tanto,en los campos, de Cataluña, donde desde tiempo inmemorial había reinado un orden y un concierto admirables entre los propietarios y los colónos, esto es, los rabassaires, la política de la Esquerra, que culminaba en la ley de Contratos de cultivos, había causado estragos irreparables. Las gentes campesinas, imbuidas por el espíritu, anárquico de las nuevas ideas referentes a la propiedad y al trabajo, tomaban el rábano por las hojas y declaraban de buenas a primeras que la tierra que ellos cultivaban era suya y no del propietario. Como consecuencia de esta peregrina teoría, completamente rusa, corregida y aumentada por Companys, los rabassaires se quedaban, con las cosechas, traduciendo directamente al catalán el viejísimo refrán castellno de  que “lo que hay en España es de los españoles” . “¡Lo que hay en cataluña es de los catalanaes!”  Y no pagaban lo  estipulado al propietario de la finca, ni le entregaban la parte del fruto convenido, ni acataban para nada la ley. La Generalidad les amparaba siempre, dejando en, la miseria a millares de familias de propietarios.
Naturalmente, esta anarquía, fomentada y defendida, desde el Gobierno de la Generalidad y que el mismo Parlamento catalán sancionaba, tenía que producir frutos terribles. Las gentes campesinas ya no se contentaban con expoliar al propietario, sino que le agredían en muchas ocasiones. Días antes de la catástrofe del 6 de octubre, toda Barcelona y toda España se conmovió de indignación ante el doble asesinato, realizado en cuadrilla por una familia entera de rabassaires en las personas de dos pobres señores de la familia Garí, conocidísima en la capital de Cataluña. El doble crimen, cométido en círcunstancias atrozmente agravantes, terribles, se realizó, queremos recordar, en una finca inmediata a Sitges la dulce y elegante playa de moda. Todo un grupo, de hombres y mujeres, armados, asesinaron a dos hombres indefensos, ensañándose luégo con el cadáver de uno de ellos, segun la elegante  teoría de Lenin y los comunistas. ¡Hay qué matar científicamente…!
Y llegamos a los incidentes de la Audiencia de Barcelona, que  fueron los verdaderos precursores del golpe de Estado del 6 de octubre .
Badía, Miquel Badía, el jefe de Estat Català, había sido nombrado nada menos que jefe de Policía de Barcelona. Está claro que de este modo, se ponía en  manos de los separatistas toda la organización armada de la ciudad y de Cataluña. Por si esto era poco, para el cargo de comisario general de Orden público se había nombrado al Sr. Coll, otro separatista  rabioso, que, con Dencás, formaba la trinidad de Estat Cátala. Ventura Gassol y Lluhí, en el seno del Gobierno de Cataluña y el alcalde, Pi y Suñé en el Ayuntamiento, se encargaban de organizár y azuzar a los que pudieran vacilar en los últimos instantes, en los instantes decisivos, que se acercaban ya a pasos agigantados.
Ahora se inició una carrera loca, desenfrenada en el camino de la rebeldía. La detención de un diputado catalán había dado lugar a un proceso, pero los elementos separatistas de Estat Català aprovecharon la coyuntura para infligir al Estado central todos los ultrajes y todos los insultos. El escándalo llegó a su colmo cuando el jefe de Policía, Sr. Badía, en el  curso de una discusión con el fiscal de la Audiencia de Barcelona, agredió, personalmente a aquél, intentando detenerle. El incidente, de todos conocido, trajo consigo la dimisión del Sr. Badía y su procesamiento.
Pero ya, el Gobierno de la Generalidad, con su presidente a la cabeza, salían en defensa de Badía, y en una nota, mandada al Gobierno central por el consejero de Justicia de la  Generalidad, Sr. Lluhí y Vallescá éste, en tono intolerable, decía que siendo indeseables en Cataluña los magistrados de esta Audiencia, señores Tal y Tal y Tal —y aquí, una larga relación de nombres—, el Gobierno central, habría de proceder a su traslado a la mayor brevedad, nota que el jefe del Gobierno Sr. Samper tuvo que calificar como la del señor Companys que la siguió, de excesiva pedantería y desde luego, invadía atribuciones que no corresponden ni siquiera al Gobierno central, ya que son genuinamente propias del Poder judicial.
A los pocos días de estos ruidosos incidentes, que permitieron a las Juventudes de Estat Català demostrar una vez más su invencible acometividad, haciendo una manifestación anti españolista ante el Palacio de Justicia, ante el Parlamento de Cataluña y ante la Generalidad se celebró el homenaje anual a la memoria de Rafael Casanova, homenaje que ya hacía tiempo venía tomando un carácter separatista humillante para los castellanos de Barcelona, y no hay que decir si para Estado central, y que este año, tuvo los caracteres de una  apoteosis patriótica.’Todos, los Centros separatistas de Barcelona y de Cataluña mandaron sus coronas y asistieron en pleno al homenaje, que fue presidido por Companys y Gassol.  Por primera vez la fuerza pública, que ya sólo obedecía a la Generalidad, se adhirió al homenaje, y una compañía de Asalto i desfiló ante la estatua de Casanova, entre aclamaciones  delirantes de los de Estat Català, gritos subversivos contra España, banderas con la estrella solitaria y demás desahogos consentidos. Companys y Gassol pronunciaron discursos, a tono con las circunstancias prometiendo el presidente, a la multitud borracha de entusiasmo separatista que muy pronto se conseguiría la libertad absoluta de Cataluña. La verdad es que viendo aquella multitud enloquecida de entusiasmo, aplaudiendo sus palabras, se comprende que Companys se engañara, creyendo que llegado el caso, todos le seguirían  como un solo hombre. ¿Cómo imaginar, en efecto, que pudieran dejarle solo, como le dejaron en la noche memorable y decisiva del 6 al 7 de octubre, todos aquellos energúmenos  patrioteros…? Cualquiera, en su caso, se hubiera engañado también, y a cualquiera, en el puesto de Companys, le hubiera pasado lo mismo.
A los pocos días de aquel memorable homenaje a Casanova, en realidad, pretexto para una manifestación separatista imponente se celebró un banquete, que había de resultar memorable. Fue el banquete de homenaje y desagravio que los elementos, de Estat Català ofrecieron a Badía en el Palacio de Bellas Artes. Homenaje y desagravio que la Esquerra y los de Estat Català ofrecían al antiguo jefe de Policía, para aplaudir su actitud, frente al fiscal de la Audiencia, y, por ende frente al Gobierno central.  A aquel banquete asistió también Companys, que, a los postres, pronunció un breve discurso de tonos francamente separatistas prometiendo, como hacía ya desde unos meses antes en todos los actos públicos. Que
tardaría en conseguirse la libertad absoluta de Catalña. No hay que decir, que el discurso fue frenéticamente aplaudido.
Pero a partir de aquel momento las horas decisivas iban a sucederse ya, sin interrupción. El Gobierno Sampér cayó a los pocos días y la crisis pareció ser la señal esperada por los socialistas para dar su proyectado golpe cntra el Estado en  toda España, particularmente en Asturias y en Cataluña. Desde hacía, unas semanas,los Sres. Azaña.y Prieto andaban por Barcelona, celebrando con Companys y las gentes de la  Generalidad, banquetes y entrevistas sospechosas. Corrían rumores alarmantes. Las gentes enteradas sabían perfectamente que Dencás, desde su departamento de Gobernación y ayudado y secundado por Badía y los de Estat Catalá, hacían verdaderos preparativos bélicos. En la Generalidad, reinaba una actividad febril, y en el ambiente parecía flotar una inquietud que ganaba a todo el mundo, como cuando se está en vísperas de acontecimientos decisivos.
Cuando se apuntó la solución de la crisis y fue encargado de formar Gobierno Lerroux, que dio algunas carteras a elementos de la C.E.D.A., las gentes de la Esquerra y de la Generalidad creyeron  llegado el momento de lanzar el grito de rebeldía y de guerra tan ansiado. El Gobierno – pensaban ellos – nacía débil, tan débil, como su antecesor, el de Samper y no se atrevería nunca a declarar el estado de guerra en Cataluña. La ocasión era única, pues, para declarar el Estat Català y romper toda relación con el Gobierno de Madrid.
Así, se llegó al viernes, día 5 de octubre, en cuya mañana elementos armados de Estat Català empezaron ha circular por toda la ciudad órdenes de un paro absoluto, que era obedecido en todas partes, bajo la presión, de las armas que aquellos jóvenes esgrimían. Yo tuve ocasión de presenciar la actuación de uno de estos grupos de valientes muchachos,  que, subieron al tranvía en que yo me encontraba, nos amenazarona todos con pistolas magníficas, conminándonos a que nos apeáramos sin dilación y ordenando al conductor y al cobrador que volviera el tranvía vació a cocheras. ¿Quién habría de decir que aquellos heroicos muchachos sofocados y vibrantes de entusiasmo patriótico en aquellos momentos,  iban a ser los mismos que en la tarde del día siguiente iban huír a la desbandada bandada en cuanto sonaron los primeros disparos en la plaza de la República, arrojando muchos de ellos las armas con un pánico loco..?
La ciudad tomo ya desde aquella tarde un aspecto triste precursor de la tragedia. No había taxis, ni autos particulares, ni tranvías por las calles. Todas las tiendas y establecimientos estaban cerrados. Y como por la noche no hubo tampoco periódicos, tuvimos que contentarnos, para saber lo que ocurría fuera de Barcelona y en el resto de España, con las noticias  de la radio. Pero la radio estaba también en Barcelona en poder de la Generalidad, y estuvo toda la tarde y parte de la noche comunicando noticias tendenciosas en Eibar, en Mieres, en el Ferrol, en Cartagena, en Madrid mismo, se habían producido desordenes graves y el  país entero parecía agitado por un aire inquietante de revolución.
Visitamos varias redacciones, pero apenas en algunas encontramos algún compañero, que nos daba noticias vagas y alarmantes. Fuimos a los Centros oficiales. Allí las noticias eran más graves todavía. Por lo visto, la cosa se ponía fea en toda España. La noche del viernes al sábado fue de zozobra constante para los barceloneses, que no sabíamos lo que ocurría en el resto de España, a ciencia cierta, ni lo que estaba ocurriendo siquiera en Barcelona.
El sábado, día 6,  fecha memorable, el paro se intensificó aún más que el día anterior. Un paro absoluto, como decretado por la autoridad gubernativa. Dencás, desde el departamento de Gobernación, había ordenado la huelga de modo magnífico, secundado por su brillante segundo, Miquel Badía. Las gentes de Estat Català desplegaban una  actividad magnífica que no podía sino llevarles a un triunfo rápido y apoteósico.
A las doce, Dencás ordenó que salieran a la calle los Somatenes que eran adictos a !a Esquerra, diciendo que iban a garantizar el orden contra posibles desmanes de la F.A.I. Parece ser que esto lo 16 hizo Dencás sin conocimiento de Companys, aunque otros dicen, que ello fue una maniobra para dejar a salvo de un modo decoroso la responsabilidad del presidente de la Generalidad.
Fuera como fuera, Dencás echó a la calle los Somatenes, recién armados con magníficas carabinas Winchester, nuevísimas. Badía recorre las calles de Barcelona en un auto, acompañado de varios de sus incondicionales, dando órdenes al Somatén, a los del Estat Català y a los de Alianza Obrera. La ciudad vive en una inquietud creciente, y yo logro  averiguar, por medio de dos compañeros providenciales que vienen de la Generalidad, que al caer la tarde Companys va a hacer una declaración sensacional. Las noticias que nos da  la radio siguen siendo graves, al referirse a lo que pasa en el resto de España.
Me voy a la Generalidad, pero no se nos permite el paso a los periodistas, como de ordinario, y tenemos ,que contentarnos con las escasas noticias que recogemos de labios de los personajes que entran y salen en el Palacio o que circulan entre las gentes, a nuestro alrededor. Ya horas antes nos había chocado a varios periodistas observar que el coche del  presidente Companys no ostentaba la bandera de la República, sino solamente la catalana. Intentamos abordar a Companys, pero nos lo impidieron los Mozos de Escuadra y agentes  de Estat Català, armados, que ya ocupaban la plaza de la República y el edificio de la Generalidad.
Hicimos información como pudimos en la Galería Gótica, y teníamos que relevarnos en la misión de llevar noticias a las Redacciones, porque el teléfono en todo Barcelona   funcionaba mal. Trabajo perdido, por lo demás, ya que ni aquella noche podrían salir periódicos ni a la mañana siguiente tampoco, y no sabíamos si el lunes por la noche, tal como se estaban poniendo las cosas.
A las seis de la tarde, los Mozos de Escuadra nos invitaron a los periodistas, como a la mayoría de los que nos encontrábamos en el Palacio de la Generalidad, a abandonar el Palacio. Nadie, hasta más tarde, supo lo que acababa de acordarse en la reunión que había celebrado el Consejo momentos antes, en aquella reunión se había acordado proclamar el Estat Catalá, rompiendo toda relación con el Gobierno central. En una palabra: declarar la guerra al Estado español.
La plaza de la República fue llenándose de gentes y en particular de jóvenes afiliados al Estat Català, somatenistas y partidarios da la Esquerra. Todos iban armados y algunos  llevaban, además de una magnífica carabina Winchester, una soberbia pistola automática, a veces ametralladora, y, en general, material modernísimo y excelente.
Serían ya,cerca de las siete y cuarto, cuando el consejero de Gobernación, Sr. Dencás, regresó a la Generalidad, viniendo de su departamento. Con él llegaban Badía y otros jefes de Estat Català. Subieron al despacho del presidente, y, rodeando a Companys, comenzaron a vitorearlo y aplaudir frenéticamente, dando vivas a Cataluña libre y otros, que eran  contestados a coro por los entusiastas. Companys estaba ya de acuerdo con los otros miembros del Gobierno de la Generalidad sobre lo que iba hacer, porque inmediatamente y  seguido de Dencás, Ventura Gassol, Badía y otros correligionarios o miembros del Gobierno de Cataluña, se dirigió al balcón principal del Palacio, recayente sobre la plaza de la República. Esta estaba casi totalmente ocupada por jóvenes o adictos de Estat Català, Alianza Obrera o simpatizantes de la Esquerra, y se oían gritos pidiendo la proclamación del Estado catalán.
Al aparecer en el balcón Companys, le recibió la multitud con una ovación clamorosa. La mayoría de los que ocupaban la plaza levantaba las armas en alta, gritando frenéticamente. El público estaba tan excitadísimo que yo pensé que si Companys daba un grito de guerra, vendrían días terribles para Barcelona, ya que aquellas gentes estaban dispuestas, por lo visto, a los mayores sacrificios.
Hecho el silencio al fin, luego que Companys hizo repetidamente ademán de que iba a hablar, el presidente pronunció este discurso, que a mi me parecía que leía, desde el rincón de la plaza adonde me había arrojado la «marea de la multitud.
“¡ Catalanes! Las fuerzas monarquizantes y fascistas, que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar a la República, han logrado su objetivo y han asaltado el Poder.
Los partidos y los hombres que han hecho públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de nuestra tierra, los núcleos  políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña, constituyen hoy el soporte de las actuales instituciones.
Los hechos que se han producido dan a todos los  ciudadanos la clara sensación de que la República, en sus fundamentales postulados democráticos, se encuentra en gravísimo peligro.
Todas las fuerzas auténticamente republicanas de España y los sectores sociales avanzados, sin distinción ni excepción, se han levantado en armas contra la audaz tentativa fascista.
La Cataluña liberal, democrática y republicana, no puede estar ausente de la protesta, que triunfa por todo el país, ni puede silenciar su voz de solidaridad con los hermanos que en las tierras hispanas luchan hasta morir por la  libertad y por el derecho. Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalidad, que desde este momento  rompe toda relación con las instituciones falseadas.
En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República federal española, y a establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República federal, libre y magnífica.
El Gobierno de Cataluña estará en todo momento en contacto con el pueblo. Aspiramos a establecer en Cataluña el reducto indestructible de las esencias de la República. Invito a todos los catalanes a la obediencia al Gobierno, y a que nadie desacate sus órdenes. Con el entusiasmo y la disciplina del pueblo, nos sentimos fuertes e invencibles. Mantendremos a raya a quien sea, pero es preciso que cada uno se contenga, sujetándose a la disciplina y a la consigna de los dirigentes.
El Gobierno desde este momento obrará con energía inexorable, para que nadie trate de perturbar ni pueda comprometer los patrióticos objetivos de su actitud.
¡ Catalanes! La hora es grave y gloriosa. El espíritu del presidente Maciá, restaurador de la Generalidad, nos acompaña.
Cada uno en su lugar y Cataluña y la República en el corazón de todos.
¡Viva la República y viva la libertad.”
La ovación clamorosa  que se produjo al terminar de hablar Companys, no me impidió a mí oír la voz de mi conciencia, que me decía: ¡ Gran Dios! ¿ Qué va a pasar aquí ahora… ? Porque en Barcelona hay un capitán general y una guarnición militar que obedece al Gobierno de Madrid; además, el Gobierno de Madrid  no puede dejar desamparados al medio millón de castellanos indefensos que vivimos en Barcelona, ni el resto de España estará conforme con el discurso que acaba de pronunciar este hombre, ni con estas gentes, que le aplaudan. ¡ Y si son tan bravos, como armas excelentes tienen y entusiasmo demuestran, aquí se va a armar otra batalla del Marne…!
Mientras yo pensaba así, se hizo nuevamente el silencio, y habló Ventura Gassol. Este dijo, en extracto, lo “siguiente: “¡Catalanes! Ya habéis oído al honorable presidente de la Generalidad, Luis Companys. Sus palabras tienen el eco histórico que nos recuerda que él es digno sucesor del inmortal Francisco Maciá y fiel, continuador de su historia, de gestas gloriosas y de sacrificios ejemplares al servicio de Cataluña, de la República y de la Libertad. Yo ahora, en nombre del Gobierno, os pido que marchéis por todo Barcelona y por toda  Cataluña a llevar la nueva histórica de la proclamación del Estado Catalán.”
Cuando terminó el discurso Ventura Gassol, fue izada la bandera catalana en el balcón, en medio de una gran ovación. En aquel momento se produjo un incidente, porque parte del público se empeñaba en que se izara en el balcón de la Generalidad una bandera enorme con la estrella solitaria, que llevaba un grupo de jóvenes de Estat Català. Al fin, éstos fueron convencidos para que obedecieran las órdenes que acababa de pronunciar el presidente.
Comenzó, al fin, a disolverse la multitud, y yo, perplejo, me preguntaba si aquel Companys que acababa de lanzar una declaración de guerra al Estado central, y en cuyas palabras yo había percibido el odio al castellano que flamea aquí todo hombre de izquierdas, era el mismo, podía ser el mismo de aquellos años de La Lucha, liberal, españolista, tolerante, con un espíritu abierto a todas las generosidades y a todas las comprensiones, no me extrañaba el tono en que había hablado Ventura Gassol, arrivista, el más audaz y formidable de todas las gentecillas encumbradas por aquella loca lotería del 14 de abril de 1931. El golfo a quien le cae la lotería, pongo por caso, y que se ve instalado, de la noche a la mañana, en un palacio soberbio, entre comodidades y confort que no soñaba ni conocía por pienso siquiera, es natural que se vuelva conservador, rabioso y defienda con los dientes los privilegios de los ricos. ¡Pero Companys…! Companys sabía yo que pertenecía a una familia de esta burguesía catalana, bien instalada; que se había educado en un ambiente grato y holgado, y que pudo asistir a la Universidad, como tantos, jóvenes de buena familia, para los que la lucha por la vida es una cosa muy relativa, ya que los padres les desbrozan de guijarrros el camino ¿A qué venía esto entonces… ? ¿ No estaba ya Companys elevado a la presidencia de la Generalidad, y no era esta Generalidad la encarnación de todas, las libertades catalanas, unas libertades amplísimas que nadie les discutía, ni mermaba, ni intentaba mermar a los catalaaes, sino al contrario ¡y tan al contrario! Y Otra vez y mil veces me repetía la pregunta:
—¿A qué viene esto…? ¡Este hombre está loco! Mejor dicho, todos estos hombres que le acompañan en el Gobierno de la Generalidad. ¿O seré yo el que está loco y no veo el peligro? Porque, ¿puede estar loca esta multitud de miles de personas, que aclamaban a ese hombre hace un momento…? ¿Seré yo el loco señor, que se obstina en no ver el peligro en realidad…? ¿O debía estar a estas horas corriendo hacia mi casa, llegar allí, coger a mi mujer, a mis hijos y salir de estampida de Barcelona y de Cataluña, de esta tierra, y de esta ciudad que son para mi tan amadas, donde fundé mi hogar y mi trabajo de tantos años, y que ahora nos repelen a todos los que no hemos nacido en ella…? ¿Será que no tenemos más  que dos horas para escapar de aquí…? ¿Dónde nos asesinarán: en Sans, en aquella incomparable playa de Castelldefels, donde nos bañábamos, en Sitges, en Reus..? ¿Nos dejarán siquiera tiempo para escapar de Cataluña y entrar en las tierras hospitalarias y hermanas de Aragón…?
Había quedado aturdido, vacilante, como un hombre que en plena salud  recibe un mazazo en la cabeza a traición. Era la guerra. ¿Qué iba a pasar ahora…?
Cuando reaccioné, encaminé mis pasos hacia la puerta del Ayuntamiento. Allí debía haber alguno de mis colegas, y, en efecto, cuando iba a entrar, exhibiendo mi carnet de periodista, vi salir a dos íntimos míos. Eran uno castellano y el otro catalán, pero éste simpatizaba con la Lliga y era de los tolerantes. Les pregunté con ansiedad ¿Habéis oído el discurso de Companys -Claro que sí, ¿Yqué me decís?, —¡Oh!—me dijo el castellano— ¡Qué me parece que se va a armar la gorda! Ahora veremos lo que dice Batet…
Esto me dio una idea, y marchamos los tres a Capitanía, en busca de noticias. Mis dos compañeros iban a asistir a la sesión del Ayuntamiento, anunciada para las diez, y donde ellos hacían información. En Capitanía, primero, y luego en diferentes sitios de la ciudad, pude yo enterarme de lo ocurrido luego del discurso terrible de Companys. Este había llamado por teléfono al general Batet, comunicándole que hacía un instante acababa de proclamar el Estado Catalán y conminándole a que se pusiera a sus órdenes con todas las fuerzas de su  mando. Batet, muy sereno, te contestó que aquello había de decírselo-por oficio, y entonces Companys le mandó su ya famoso oficio. que decía así, traducido del catalán: “Excelentísimo Sr. D. Domingo Batet, general de Cataluña.
—Como presidente del Gobierno de Cataluña, requiero a V.E, para que con las fuerzas que manda se ponga a mis órdenes para servir a la República federal que acabo de proclamar,  Luis Companys”.
Este oficio fué llevado a la Comandancia general por el Sr. Tauler, director general de Trabajo, y el general Batet, cuando lo hubo leído, contestó al emisario de Companys que, sintiéndolo mucho, no podía dar a aquel oficio más que una contestación, que era ésta, y entregó a Tauler una copia del bando que  tenía preparado declarando el estado de guerra en toda Cataluña por orden del Gobierno de Madrid.
Al regresar Tauler a la Generalidad para dar cuenta a Companys de la respuesta del general Batet, el presidente y los consejeros que se encontraban en aquel momento en la Generalidad intercambiaron brevemente impresiones, y,-poco después, se reunieron a cenar en un salón del Palacio, inmediato, a la secretaría del presidente. Los sucesos desarrollados poco después indican que tanto Companys como los consejeros del Gobierno, tenían una fe ciega en las gentes armadas de Estat Català, la Alianza Obrera t los Somatenes, y que estaban seguros de que llegado el caso, todos sabrían jugarse la vida en defensa de las libertades de Cataluña y de la Generalidad y sus hombres.
Desgraciadamente para, ellos, éstas esperanzas resultaron fallidas por completo,  ya que después veremos que ni uno sólo de los hombres con quienes se contaba, acudió al llamamiento de Companys y Dencás, y que el Gobierno de la Generalidad en aquellos momentos de peligro -que es cuando pueblos e individuos pueden contar verdaderamente a sus
amigos y a sus adictos— estaba total, absoluta y completamente sólo y desamparado.
Mientras yo cenaba rápidamente en casa de unos amigos nos enteramos que se había declarado el estado de guerra. Acabé de cenar precipitadamente, y me lancé de nuevo a la calle en busca de noticias. Pensé en mis dos camaradas que estarían haciendo información en el Ayuntamiento, y me encaminé a la plaza de la República. En las calles había poca gente, y sólo hombres, armados la mayoría de ellos, como si esperaran una señal o una consigna. Eran cerca de las diez, y yo tenía que exhibir mi carnet de periodista cada cuatro pasos. Así logré llegar a la plaza de San Jaime, hoy de la República, en el preciso momento en que por las calles de Jaime I aparecía una sección de Artillería. La plaza tenía un aspecto trágico y luego supe que el comandante Sr. Pérez Farras, comandante de los Mozos de Escuadra, se había dirigido, a las fuerzas del Ejército que llegaban, entablándose entre él y el comandante de Artillería Sr. Fernández Unzúe, el siguiente diálago:
—¿A dónde vais? . . .
—A tomar la plaza y apoderarnos de la Generalidad.
- No lo conseguiréis,
—¡Ya lo veremos!.
Pérez Farras retrocedió entonces hacia la Generalidad, y yo vi cómo las fuerzas de Artillería procedían a montar los cañones. En la plaza había numerosísimos afiliados a Estat Català, y a la puerta de la Generalidad, una de cuyas hojas había sido cerrada, estaban los Mozos de Escuadra. Pérez Farras dio la orden de fuego, y sonó una descarga cerrada, seguida inmediatamente de gritos de dolor y de sorpresa. Algunos soldados cayeron al suelo mientras otros, obedeciendo las órdenes de su jefe, abrían el fuego contra los Mozos de Escuadra, repeliendo la agresión de éstos. Pero lo inconcebible, lo inaudito fue lo, qué vieron entonces mis ojos: las gentes de Estat Català, todas aquellas gentes que yo había visto unas horas  antes vibrantes de entusiasmo, excitadísimas y frenéticas; aquellas gentes, que estaban armados hasta los dientes, en vez, de ponerse en orden de batalla y disparar contra la tropa, huyeron despavoridos, a la desbandada, con tal pánico que muchos de ellos arrojáronlas armas al suelo, sin haber hecho uso de ellas siquiera. Algunos, en su ofuscación llena de terror, corrieron hacia la puerta, principal de la Generalidad, qee cérraron los Mozos de Escuadra poco después, y quedaron así prisioneros, teniendo que ser héroes a la fuerza. Yo  me había refugiado en el quicio de un portal, cerca del cual rebotaban las balas silbantes, y, al fin, pude escapar, con los brazos en alto, de aquel infierno.
En Capitanía, adonde me dirigí, me enteré de lo que estaba ocurriendo aquellas horas en las Ramblas. Toda la ciudad estaba, estristecida por los cañonazos, y el tableteo de la fusilería.
Supe que los del Centro de Dependientes, entidad esta la más separatista de Barcelona, refugio de los jóvenes de Estat Català, y que se había distinguido en los últimos tiempos por su actuación antiespañolista escandalosa, hacían frente a la fuerza pública, y que la Artillería disparaba cañonazos contra el edificio. Por la radio, poco después, oíamos en todo  Barcelona las arengas de Dencás, desde el departamento de Gobernación, lanzando a los cuatro vientos la victoria de las fuerzas de la Generalidad sobre las del Gobierno central, y anunciando para el domingo siguiente —el día siguiente— una era esplendorosa para Cataluña, completamente libre.
Claro está que en aquellos momentos no se podía formar juicio acerca de lo que ocurría. Fue en la madrugada siguiente cuando, a las cinco de la mañana del domingo 7, luego de una  noche de incesante bombardeo y tiroteo, Barcelona se enteró que el Gobierno de la Generalidad estaba dispuesto a capitular, cuando se supo la verdad de lo ocurrido durante la noche. Luego que el comandante Pérez Farras dio a los Mozos de Escuadra la orden de disparar contra las tropas en la plaza de la República, rompiendo de este modo las fuerzas de la Generalidad las hostilidades, la Artillería empezó a disparar sus mosquetones. Téngase en cuenta que las fuerzas del Ejército estaban compuestas únicamente de una batería de montaña, compuesta de dos piezas y servidas por unos sesenta hombres. Estas fuerzas fueron suficientes para sostener el asedio de la Generalidad y del Ayuntamiento durante toda la noche y para poner en fuga a los afiliados a Estat Català, Alianza Obrera y demás elementos que horas antes se mostraban tan agresivos y excitados. Las puertas de la Generalidad se habían cerrado, y cuando Companys y el Gobierno supieron lo que ocurría, se reunieron en Consejo, en uno de los salones del Palacio. Pérez Farras, subía de tiempo en tiempo a informar al presidente y sus compañeros de la marcha de la defensa. Pero entre los hombres de la Generalidad había comenzado a circular un sentimiento de extrañeza infinita y de inmenso asombro  porque en cuanto sonaron los primeros tiros en la plaza de la República y se supo lo que ocurría, Companys se puso al habla por teléfono con Dencás que estaba  en Gobernación y con Centros de Éstat Cátala o los sitios donde esta organización separatista había dispuesto las concentraciones de sus fuerzas. Las principales de estas eran: en el  café de Novedades había 68o hombres, todos magníficamente armados y pertrechados, dispuestos a echarse a la calle al primer aviso; en el Centro de Estat Català, de la calle de  Cortes, había otros 430 hombres, también magníficamente armados en los alrededores del cuartel de la Guardia civil, del Consejo de Ciento, y con orden de atacar éste, había otros 590 hombres diseminados en otros puntos estratégicos y en Centros adictos a la Esquerra o Estat Català, tales como los de Alianza Obrera y el Centro de Dependientes, había otros 800 ó 900 hombres. Todas estas gentes disponían de armamento eficaz y modernísimo; pues bien: sólo los del Centro de Dependientes, donde estaban refugiados los fanáticos del separatismo, iniciaron el fuego contra las fuerzas, siendo vencidos, muertos o hechos prisioneros antes de dos horas. De las demás organizaciones armadas de Estat Català, es decir,  toda la fuerza que había dispuesto la Generalidad, no contestó ni un solo hombre. Comanys y Demcás dirigían a sus huestes llamamientos desesperados; pero sus fuerzas contestaban con, evasivas, alegando que no podían salir a la calle porque oían tiros… Y así, los 680 hombres que había en el café de Novedades y los 430 que habia en el Centro de Estat Català en la calle de Cortés, y los 590 que rondaban el cuartel de la Guardia civil de Consejo de Ciento fueron huyendo en pequeños grupos, luego de esconder o arrojar las armas. Otro tanto hicieron los de Alianza Obrera y cuantos horas antes se habían juramentado verter hasta la última gota de sangre en defensa de las libertades de Cataluña.
Naturalmente, el movimiento con semejantes, defensores tenía que fracasar ruidosamente, y fracasó en pocas horas. Al día siguiente supimos en la Comandancia general o Capitanía que las fuerzas del Ejército que habían salido a la calle habían sido una compañía de Infantería del regimiento número 34, que fué la que fijó el bando proclamando el estado de guerra, y luego quedó en las Ramblas y paseo de Colón; otra compañía del mismo regimiento, que salió poco después; una sección de ametralladoras, que salió ya cerca de la madrugada del domingo del regimiento número 10 ; la batería de Montaña, que sitió la Generalidad y el Ayuntamiento, y que ya hemos dicho constaba de unos 60 hombres, con dos piezas de montaña —las más pequeñas e inofensivas de nuestra Artillería — otra batería de dos piezas, que se situó en el Paralelo, y otra que se situó en, la embocadura de las  Ramblas. En total, y teniendo en cuenta que las compañías de Infantería se componen de unos 1oo a 120 hombres, y que las batería estan servidas por 50 ó 60 como máximo, resulta que para sofocar el alzamiento de la Generalidad, en la noche del 6 al 7 de octubre sólo tuvieron que salir a la calle unos 400 hombres de la guarnición. Y téngase en cuenta que nada más que uno de los Centros de Estat Català—el Centro de Dependientes, que era uno de lós más exaltados focos de rebeldía de la Generalidad, tiene más de 5.000 socios.
Después de rotas las hostilidades por parte de la Generalidad, ya hemos dicho que Companys y los consejeros que se encontraban en el edificio oficial se habían reunido en Consejo permanente. Pero hasta ellos llegaban a cada instante noticias desalentadoras y cada vez mas graves. No sólo la Guardia civil, siembre ejemplo de disciplina y de fidelidad y los Poderes constituidos, se había puesto, como era, lógico, a las órdenes del general Batel; sino que otro tanto habían hecho las fuerzas de Asalto, que dependían de la Generalidad en su mayoría. Además —y esto era lo más grave, lo incomprensible para Companys y las gentes del Gobierno de la Generalidad—, los de Estat Català se negaban a disparar un tiro, incluso  a salir a la calle, como era su deber, y, a hacer frente a las fuerzas su Ejército y las que seguían fieles al Gobierno central. La tremenda organización guerrera levantada por Ventura Gassol, por Dencás, por Ayguadé, por Badía; aquella organización, en la que se habían invertido centenares de millones y que contaba con un armamento modernísimo y con abundantísimas municiones, resultaba, llegado el momento de la prueba, un batallón infantil e inútil, que se negaba a salir a la calle “porque se oían disparos”.
Comprendemos la desesperación de Companys y de sus compañeros de Gobierno en aquella noche trágica, viéndose sitiados en el Palacio de la Generalidad por medio centenar de soldados que manejaban dos cañoncitos, poco menos que de juguete, y recibiendo noticias cada vez más desoladoras. Las deserciones de personajes empezaron: primero fue Coll, el comisario general de Orden público, que huyó, abandonando su puesto; luego el mismo Dencás y su lugarteniente Badía, daban muestras, desde Gobernación, de una nerviosidad cercana al pánico. Companys, que fue el único que se mantuvo sereno y ecuánime durante la noche trágica, procuraba tranquilizar a todos, dando ejemplo. Toda Barcelona, toda Cataluña, toda España estuvimos aquella noche pendientes de lo que iba a ocurrir en la Generalidad como desenlace del drama. Todavía resonaban en el aire las palabras de Companys, aquella tarde memorable en que, meses antes, había dicho, en el Parlamento catalán defendiendo la ley de Contratos de cultivo, que él estaba dispuesto incluso, a llegar  al sacrificio de su vida y, a dar la última gota de su sangre para que se cumpliera lo votado por aquel Parlamento. Y todos nos decíamos, compadeciendo por anticipado a Companys  y a los hombres de su Gobierno: “¡ Pobres; fieles a su palabra, van a perecer ahí, dentro del Palacio despedazados por las granadas! Y, con ellos, en el edificio de enfrente, en el Ayuntamiento, van a perecer el alcalde de la ciudad, Pi y Suñé, y todos los concejales que anoche mismo han votado la adhesión y acatamiento a Companys y al nuevo orden de cosas! Pobres ¡ Todos, todos, van a morir como héroes bajo la metralla…!”
Por eso el asombro, la sorpresa de todo el mundo no tuvo límites cuando nos enteramos a las seis de la mañana que Companys, con todo el Gobierno de la Generalidad, capitulaba, que eran hechos prisioneros por las fuerzas del Ejército y conducidos a la Comandancia como simples presos. Otro tanto hacían el alcalde y los concejales, que unas horas antes lanzaban a los cuatro vientos su adhesión al Estat Català y su promesa de defender hasta la muerte.


El golpe de Estado de la Generalidad

CONCLUSIÓN
¿Era posible… ? Aunque la radio la anunciaba a los cuatro vientos y lo confirmaban desde la Comandancia general, nadie quería creerlo. ¿Y para aquello se había: levantado en armas la Generalidad, el Ayuntamiento, miles y miles de hombres y toda Cataluña…? ¡Para rendirse a las pocas horas…! No, nadie quería creerlo. Sin embargo, los hechos eran innegables, poco antes de las cinco y media, el comandante Pérez Farrás visita de nuevo al presidente, y al Gobierno para informarles que las fuerzas del Ejército se disponían a emplear de nuevo la Artillería contra el Palacio que la resistencia, no podía prolongarse mucho tiempo. Companys y los consejeros dudaban todavía; pero llegó una noticia que acabó con la resistencia, al aeródromo del Prat acababan de llegar dos o tres escuadrillas de aviones de bombardeo y se hacía saber a los hombres de la Generalidad que, si en el término de media hora no se rendían, los aviones bombardearían el Palacio y el Municipio. Ante aquella gravísima noticia y ante el nervosismo, creciente de todos los miembros del Gobierno,  donde ya había apuntado horas antes la idea de la rendición, Companys decidió capitular. Así se lo comunicó a Dencás, a quien la noticia enloqueció de terror, ya que era, podía decirse, el principal responsable de la catástrofe después de Companys. Este ordenó a Pérez Farras que cesara el fuego; la Artillería, había echado abajo la puerta principal del Palacio de la Generalidad, y en el balcón principal del edificio se izó una bandera blanca. Companys comunicó por teléfono al general Batet que se rendía con los demás miembros del Gobierno y  se hacía réspónsable de todo lo ocurrido.
A las seis y media de la mañana el comandante de Artillería Sr. Fernández Urzúe, que era el mismo que mandaba la batería que había bombardeado la Generalidad y el Ayuntamiento, penetraba, en el Palacio regional, seguido de un destacamento de sus tropas con la bayoneta calada, siguieron a su jefe hasta el despacho presidencial. Allí estaban Companys y los demás miembros del Gobierno: Al entrar el oficial, Companys, poniéndose en pie dijo:
—El Gobierno de la Generalidad se rinde, y se hace responsable de todo lo. ocurrido.
El comandante contestó:
—¡Perfectamente! Todos ustedes quedan presos y deben seguirme.
Companys y los consejeros fueron sacados por los soldados y conducidos al centro de la plaza de la República, donde quedaron largo rato entre un cuadro de soldados. Mientras tanto el comandante Unzúe ordenó qué los Mozos de Escuadra fueran desarmados y arrestados, y, poco después, el propio comandante se llevó a los detenidos a la Comandancia general.
Mientras, tanto, el Ayuntamiento se, había rendido también. El alcalde, uno de los incondicionales de Companys, el, Sr. Pi y Suñé, y que con Dencás, Badía, Ayguadé y Gassol, había sido uno de los que más activa parte tomaron en la organización de las fuerzas de Estat Catalá, tuvo que resistir el asedio, en unión de muchos concejales, durante toda la noche. Uno de mis compañeros que quedó encerrado allí por haber asistido a la reunión del Plenos de la noche anterior me ha relatado los momentos dramáticos que tuvieron que vivir, mientras por puertas y ventanas y claraboyas penetraban las balas y las granadas. El alcalde y todos tuvieron que refugiarse, en la planta baja y a las cinco de la mañana, en vista de lo que ocurría, Pi y Suñé acordó rendirse con Companys, penetrando y poco después de haber sido izada bandera blanca en el balcón central del edificio, las tropas en el Ayuntamiento.
Como es sabido, también el alcalde y todos los concejales que habían votado la noche anterior su adhesión al golpe de Estado de Companys fueron hechos prisioneros y conducidos a la Comandancia general y de allí al Uruguay convertido en cárcel flotante. Sujetos a juicio sumarísimo Pérez Farras, Escofet y el teniente coronel Bicart, los tres han sido condenados a muerte por los Tribunales militares. Companys y sus hombres serán, juzgados por el Tribunal de Garantías en Madrid. En cuanto a, Dencás, Bádía y otros dirigentes de Estat Català, sabido es que cuando, vieron perdida su causa, huyeron heroicamente por una alcantarilla, y no se ha vuelto a saber de ellos.
Así terminó el alzamiento de la Generalidad y así acabaron en el curso de cuatro o seis horas todos los sueños de las gentes dementes de Estat Català, y aquella, organización que parecía fornidable, se vino al suelo como un castillo de naipes, en cuanto sonaron unos tiros. Los jefes de la banda han huido, lo mismo que sus huestes que dieron el ejemplo desde el primer momento oyendo la voces de la prudencia. Y así acabó, en fin, toda aquella verborrea terrible de los separatistas que nos perdonaban la vida a cada instante a  todos los que no nacimos en Cataluña y vivimos aquí y a los mismos catalanes que no pensaban o, sentían como ellos. Es natural. Era el resultado lógico de un proceso de locura colectiva. No nos extraña que gentes arrivistas, aventureros de la política y de la suerte, encaramados por las circunstancias, se dejaran obcecar y cegar por el triunfo y el fanatismo; lo que nos ha extráñado siempre  y lo que de veras lamentamos es que Companys, hombre listo, de talento, espíritu elegante y muy por encima de la pobre ralea de gentecillas fanáticas del separatismo, se haya dejado coger, en las redes de esa locura; que ha dado en tierra con unos y con otros. Esperamos que estos trágicos sucesos no se vuelvan a reproducirse y que Companys y todos los que han pecado tan tremendamente esta,vez, recuerden la lección y el viejo refrán castellano del gato escaldado…
FIN


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