lunes, 25 de marzo de 2013

HACE UN AÑO, EN EL PUIG...


Nota de don José Miguel Orts Timoner, en su perfil de Facebook. Me permito reproducir aquí la nota de nuestro admirado maestro.



HACE UN AÑO, EN EL PUIG…

Hace justo un año, tuve el honor de conocer y saludar personalmente a Don Carlos Javier de Borbón. Fue en el Real Monasterio de Nuestra Señora del Puig, en el curso de un acto de imposición de Cruces de la Orden de... la Legitimidad Proscrita.

Pero no sólo fue un encuentro grato. Tengo el convencimiento de que ese día marcó un punto de inflexión en la reciente historia del carlismo. En esa ocasión el Abanderado de la Tradición se encontró por primera vez con un grupo numeroso de carlistas no vinculados a las disciplinas y simpatías de los que hasta entonces lo habían rodeado. En otro acto celebrado en Madrid, días antes, había manifestado públicamente que la base social carlista a la que deseaba dirigirse no cabía en los límites de un determinado partido político que usara el nombre de carlista. En El Puig, lo consiguió, tal vez en mayor medida de lo previsto por los organizadores del "aplec". Y el clima psicológico que allí se creó también se alejó de los parámetros esperados. Tal vez el cambio de orientación se debiera a una variación de última hora en la decoración del claustro del monasterio, ajena al guión. No me resisto a compartir mis vivencias de ese día de San Vicente Mártir de 2012.

Antes he de recordar que los organizadores del acto hicieron público el programa del mismo que incluía un texto en valenciano normalizado y en castellano, que traslucía una axiología inconfundible para los que hemos perdido el pelo en estas lides del carlismo. Tras lo que allí se decía y lo que allí se callaba, latía aún el drama de la división de hace cuarenta años, al menos para mis entendederas. El autor de esas líneas consensuadas con el resto del equipo, mi admirado Josep Manuel Sabater, tuvo la delicadeza de invitarme personalmente, por escrito y oralmente a la imposición de condecoraciones y al banquete. Precisamente la persona más relevante de entre las que había de recibir la Cruz de la Legitimidad Proscrita, doña Trinidad Ferrando Sales, reunía la doble circunstancia de ser madre de dos miembros del equipo promotor y Presidenta de Honor del Círculo Cultural Aparisi y Guijarro y de la Comunión Tradicionalista Carlista del Reino de Valencia. Acompañarla en uno de los días más felices de su vida era una tentación demasiado difícil de resistir.

Pero, siendo la amistad con esta dignísima señora motivo suficiente para asistir, la presencia en Valencia del representante de la Familia Real legítima era razón de más peso para acudir a ese primer encuentro tras el relevo dinástico. Y no sólo para requerir mi presencia sino para hacerla extensiva a los carlistas valencianos incomunicados desde hace 40 años con la Dinastía por un obvio desencuentro ideológico. Por ello intenté conseguir de los organizadores un hueco en la agenda del Príncipe para una comisión que había de presidir nuestra amiga. No fue posible en unas jornadas repletas de visitas culturales y contactos sociales con gente importante no carlista.

Comentando con el autor del programa en un encuentro casual en la vía pública anterior al 22 de enero, la tónica de la presentación del mismo, le planteé que por coherencia con dichas líneas, de inequívoco aroma pancatalanista, la bandera que habría de presidir el acto habría de ser la Senyera cuatribarrada. Me confirmó entonces que no esperase ver ninguna bandera de España. La excusa es que, estando el Rey, sobraba la bandera, que molestaba a ciertas sensibilidades. Sin embargo, no estorbaban ni la bandera de la Corona de Aragón (por organizar el acto la Vicecancillería de ese título de la Orden de la Legitimidad Proscrita) ni la del Reino de Valencia ni la del Carlismo, prescindibles todas por similar razonamiento.

La conversación subió de tensión emocional cuando le pregunté cómo habría que proceder para proponer para esa condecoración a una persona superconocida en la región por su militancia carlista y su lealtad a la Dinastía a costa de innúmeros sacrificios y estimada por mi interlocutor, pero situada a la otra orilla de la grieta de la división de 1973. Le objetó esta última circunstancia de su currículum y se atrevió a sugerirme que tal candidatura podría ser aceptada por Don Sixto, que también imponía estas cruces.

En resumen, vino a decirme que desesperara de un cambio de rumbo en Don Carlos Javier respecto a los pasos dados por su padre Don Carlos Hugo porque la evolución ideológica del Carlismo “era irreversible”. Finalmente, al notar cómo involuntariamente iba yo somatizando el diálogo, me invitaba a quedarme en casa en previsión de que el color, el sabor y el olor de los actos del 22 de enero no fueran de mi agrado. Todo ello con el exquisito trato que siempre ha caracterizado a mi antiguo correligionario, luego adversario político y siempre amigo.

A la vista del cariz que tomaba el acto y cómo aquel tono podría condicionar el primer contacto de Don Carlos Javier con su pueblo, comencé a remover mis contactos para intentar corregir el rumbo. Me consta que hubo movimientos y presiones. Pero, a la postre, el día de San Vicente Mártir nos presentamos en El Puig los que habríamos tenido que formar la comisión, a sabiendas de que los únicos contactos que podríamos tener con el Príncipe, respetando los cauces previstos, serían a nivel personal. Y, por otra parte, los madrugadores nos encontramos con las banderas cuatribarrada, cuatribarrada con franja azul coronada y de la Cruz de San Andrés, lo que ponía en evidencia la ausencia de la bandera española. Las cosas no pintaban bien…

Sin embargo instantes antes de hacer su aparición Don Carlos Javier y Doña Ana María, tocados con las boinas de Don Javier y Doña Magdalena, un carlista de Madrid colocó en el lugar de preferencia una bandera bicolor de un Tercio de Requetés de Valladolid. Y su presencia obró un efecto catalítico: lo que vino después ya volvió a tener una temperatura carlista clásica. En ese nuevo clima, el exotismo de cierto léxico pasó con sordina y la jornada transcurrió con una cordialidad memorable.

Don Carlos Javier en sus palabras al público, resaltó su percepción de que hay pueblo más allá del partido y acentuó su entrega personal y la de su esposa y el hijo que esperan al pueblo carlista y a la Causa. Lo más importante de su comunicación fue lo que tuvo lugar en las distancias cortas, tanto en el claustro cuanto en la sobremesa de la comida. Y allí los que procedíamos del carlismo de extramuros del partido carlista tuvimos unas cuantas ocasiones cortas pero intensas de hablar con él y con Doña Ana María. Uno de los nuestros le entregó una cartera con un completo dossier de documentación sobre la CTC y su entorno. El mensaje colectivo que no cupo en el protocolo se multiplicó por diez, y ello hizo que diéramos por bueno el resultado. El gran descubrimiento fue el encanto personal y la aguda sensibilidad política de la Princesa, que nos cautivó a todos. 

La Santa Misa en la iglesia del monasterio añadió nuevos ingredientes: El sacerdote oficiante conoció el carlismo como universitario comprometido con el despertar democrático en las revueltas estudiantiles del tardofranquismo y la transición, y su apostolado habitual lo hace aún entre jóvenes de sensibilidad nacionalista y progresista. Pero ese día la Eucaristía se hizo casi por el rito extraordinario, de espaldas al pueblo, en latín, valenciano y español. Los Duques de Madrid, en el sitial del evangelio del altar mayor. Y la homilía centrada en la lección de vida del diácono mártir patrono de Valencia y sacándole jugo a la etimología de estos títulos para aplicarlos al servicio y al testimonio que corresponde a la Monarquía cristiana que encarna la Dinastía Legítima. No lo hubiera mejorado una ceremonia encargada por la C.T.C.

El recuerdo del vibrante Oriamendi y los vítores a España y al Rey nos hizo salir del monasterio ilusionados con la nueva etapa que se iniciaba. Una etapa de mirar hacia adelante, pero evitando cometer viejos errores. Y en ella estamos, intentando potenciar lo que el Día de San Vicente Mártir se inició en tierras valencianas.

José Miguel Orts

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