viernes, 2 de diciembre de 2011

PRIMERA PARTE. LAS CHECAS DE MADRID Y BARCELONA
La institución soviética de la checa como instrumento de terror, fue conocida desde el
primer momento revolucionario en todo el territorio español sometido al Frente Popular.
Los partidos políticos extremistas y las sindicales obreras, así como la Federación
Anarquista Ibérica, tanto en Madrid como en Barcelona y Valencia, establecieron, en los
numerosos edificios incautados para la instalación de sus respectivos centros, comisiones
represivas con facultades ilimitadas para realizar detenciones, requisas y asesinatos.


Estos locales destinados a la represión fueron conocidos con el nombre genérico de «checas», siendo su número extraordinario, dado el desenfreno típico de la zona marxista y el gran número de edificios que en las citadas poblaciones tenían requisados cada partido político u organización obrera para el establecimiento, tanto de su centro principal como de sus sucursales y cuarteles de milicias autónomas, más aficionadas a las ventajas de la retaguardia que a los riesgos, del frente de combate.
Aunque la checa fue producto del S.I.M., los métodos a seguir, en los distintos lugares en
donde se guardaban presos políticos fueron los creados por la checa del S.I.M., o bien bajo el
mando de un jefe o «responsable» en los centros de tipo marxista, o de un Comité de defensa en los de carácter anarquista.
Así las checas se multiplicaron adoptando las variadas denominaciones de Agrupaciones
Socialistas, o Republicanas, Radios del Partido Comunista o de las Juventudes Socialistas
Unificadas, Ateneos Libertarios, Sindicatos de la C.N.T. o de la U.G.T. (Confederación Nacional del Trabajo y Unión General de Trabajadores, respectivamente).
Cuarteles de Milicias, Comités de Investigación o de Control, Comités de vecinos, etc., se
creyeron en la obligación de tener un lugar donde, por cuenta propia, disponían a su antojo del detenido que caín en sus garras.
Incluso llegaron a establecerse checas, que bien pueden calificarse como semiprivadas, a
cargo de malhechores comunes, rivalizando todos estos centros en su actuación sanguinaria y en su avidez por el botín, que pasaba a engrosar los fondos de cada entidad política o sindical, y también al patrimonio privado de los chequistas, caso este último muy frecuente. También se entregaban en ocasiones a los organismos de incautación creados por la Hacienda pública roja.
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Puede afirmarse que, solamente en Madrid, funcionaron más de doscientas checas, de
existencia plenamente comprobada, y cuya estadística incluiremos. Todas ellas inspiradas en el modelo soviético; pero con la esencial diferencia de presentar cada una de ellas un carácter autónomo, actuando sus jefes según su capricho y gozando todas del total apoyo de las autoridades del Frente Popular.
Para este efecto fueron dotados de carnet de agentes de la Autoridad numerosos
chequistas, sin que las checas, en absurdo contraste, estuvieran por su parte jerárquicamente subordinadas a dichas autoridades, ni obligadas a dar cuenta a las mismas de su actuación.
Tampoco estaban supeditados para dar cuenta de la suerte corrida por sus respectivos
detenidos, sin perjuicio del mutuo auxilio que se prestaban estas checas entre sí, especialmente entre aquellas que pertenecían a un mismo partido u organización sindical.
Con sólo citar el número de checas que existían en la capital madrileña, puede deducirse
la situación de ésta durante el tiempo en que estuvo bajo el dominio del Frente Popular, y la
escasa o nula seguridad personal de sus habitantes.
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La inhibición del Gobierno de Frente Popular respecto de la actividad criminal de las
checas, oficiales y no oficiales, resulta indiscutible ante la realidad de los hechos, y se vio 

confirmada por el premio concedido a los chequistas profesionales, que, en realidad, eran
criminales por vocación.

Prueba inequívoca de esta ayuda y recompensa se hizo patente en que muchos de ellos, a
los pocos meses de este servicio de represión, ingresaban en la Policía del Estado sin más
requisito previo, ni exigírseles otra prueba de aptitud técnica, que no fuera el de su práctica en las detenciones.

Las diplomáticas advertencias prohibitivas dirigidas por el Gobierno a las checas no
oficiales y publicadas alguna vez en la prensa, a efectos de Propaganda en el Extranjero, eran puramente un formulismo, y su propia reiteración daba fe de la absoluta falta de sinceridad. 
                          
Los marxistas y anarquistas sentían una acusada preferencia por los templos y conventos
para establecer en ellos sus checas, pudiéndose citar con referencia a Madrid, como caso
concreto, los que citamos seguidamente:
El Convento de las Salesas Reales, de la calle de San Bernardo, número 72; el Convento
de la Plaza de las Comendadoras; la Iglesia de Santa Cristina, y otros muchos templos
madrileños que fueron convertidos en checas por el Partido Comunista, independientemente de los edificios religiosos dedicados a la misma finalidad por otras organizaciones del Frente Popular. 
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Entre la multitud de checas de diversas organizaciones que, principalmente durante el año
1937, se extendieron por todo Madrid, existía un núcleo de ellas directamente conectadas con las autoridades oficiales, dependiendo exclusivamente de ellas para llevar a cabo las medidas represivas ordenadas por aquéllas.

Eran éstas, en primer lugar, el Comité Provincial de Investigación Pública, que tenía a su
cargo, o dependiendo de él, las tristemente famosas checas de Bellas Artes, y de Fomento; las de la Escuadrilla del Amanecer, Brigada Ferret, Checa de Atadell, Checa del Marqués del Riscal, n.° 1; Checa del Palacio de Eleta; la de la calle de Fuencarral, y la de los llamados «Linces de la República», así como los llamados Servicios especiales, dependientes del Ministerio de la Guerra.


También con carácter oficial fueron creadas en Madrid treinta y cinco checas, llamadas
«Puestos Especiales», bajo la vigilancia y dependencia de la Inspección General de Milicias
Populares, que constituían la base de las Milicias de Vigilancia de la retaguardia, formadas a
finales del año 1936 con los referidos elementos y con los miembros más destacados de las
restantes checas.
Todas estas checas, creadas y oficialmente reconocidas durante la primera etapa del terror
implantado por la autoridad frentepopulista, no diferían en ningún aspecto fundamental, en
cuanto a su actuación, de las checas incontroladas, ya que la misión que realizaron unas y otras consistía en el asesinato en gran escala, y por motivos arbitrarios, y el saqueo.
Ya en la segunda etapa de la guerra, bien por el cansancio de los asesinos, o por haber
dado muerte a la mayoría de los incluidos en sus «listas», o simplemente por conveniencia
política del Gobierno rojo, se debilitó en parte el terror anárquico, cesando poco a poco las
checas incontroladas.
Fue entonces cuando el Gobierno marxista, por medio del S.I.M. y de otros organismos
análogos de policía política, desarrolló reflexivamente su campaña represiva, más sádicamente preparada, más cruel todavía, aunque con menos publicidad, haciendo el más refinado uso de la tortura, según métodos experimentados en las checas soviéticas, y con una organización técnica, creada a tal fin, de características totalmente diferentes a las que revistió la revolución del primer período de la guerra civil.
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Aunque, como liemos dicho ya, durante la dominación roja en Madrid funcionaron
centenares de checas, detallaremos aquellas cuyo carácter de tales fue notoriamente reconocido d

durante el período de guerra civil, y cuya existencia fue debidamente comprobada mediante la investigación pertinente una vez terminada la guerra.

Por lo tanto, no incluiremos ni los simples cuarteles de las fuerzas de orden público, ni la
Dirección General de Seguridad, ni las Comisarías de Policía de Distrito, no obstante las
frecuentes entregas de detenidos que dichos departamentos policíacos hacían a las checas en virtud de órdenes superiores.
Asimismo se omiten en este relato, para no hacerlo monótono, una larga serie de cuarteles
y centros políticos, cuya actuación criminal —-también investigada por la autoridad judicial— resultó menos destacada, por el menor número o por la mayor intermitencia de los asesinatos y detenciones que realizaban. Tales centros, dedicados de una manera accidental a la represión, alcanzaron una cifra igual a la de los locales públicamente catalogados como checas.
Tampoco incluimos en esta obra los numerosos grupos de vigilancia de retaguardia,
aunque éstos estuvieron formados por hombres procedentes de las checas del comandante
Barceló y de otras políticas y sindicales, y cuyas fuerzas fueron utilizadas conjuntamente,
durante algún tiempo, para las matanzas en masa de los presos que con esta finalidad fueron encarcelados y conducidos al campo de Paracuellos del Jarama y a otros lugares próximos a Madrid, en donde eran ametrallados.
Las checas políticas y sindicales, de todas las significaciones y matices, comprendidas
dentro del Frente Popular, realizaban sus asesinatos y desmanes sin otra limitación que la
representada por la distinta capacidad material y elementos represivos a disposición de cada
una de ellas.


El local con su capacidad adecuada, los hombres necesarios para las detenciones,
interrogatorios y asesinato de los detenidos, estaban en relación directa con la profusión que
había de ellas.
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Dentro de esta identidad criminal entre todas las checas, se caracterizaron las del Partido
Comunista por su ferocidad y ensañamiento, puesto que no se limitaban a asesinar a sus
víctimas, sino que antes les hacían objeto de los martirios más crueles, no habiendo una sola
checa en Madrid en donde estas torturas no se aplicasen con carácter general.
Así, en la checa de la calle San Bernardo, todos, sin excepción, eran maltratados antes de
su asesinato. Los escasos sobrevivientes de esta checa, una de las que pusieron en práctica los métodos más sutiles de tortura, y los procedimientos más bárbaros en una combinación
monstruosa, han relatado hechos que coinciden con las pruebas tangibles observadas en los
cadáveres examinados y cuyas fotografías obran en el Departamento de Medicina Legal de la Dirección General de Seguridad.
En la checa de San Bernardo tenían, para el exclusivo objeto de dar palizas, a un boxeador
profesional, y éstas eran tan brutales, que fueron muchos los que no sobrevivieron a las mismas.
En diabólica conjunción, los interrogatorios eran encomendados a hombres especialistas y
con un método preconcebido, en el cual se incluía la amenaza sutil de represalias en las
personas de los familiares más allegados del detenido, a fin de extraer delaciones, mediante las que pretendían obtener datos sobre personas que habían escapado antes de su detención.
En la checa comunista de la Guindalera, instalada en la calle de Alonso Heredia, número 9,
en un chalet, conocido por «El castillo», se empleaban los medios más tortuosos de tormento.
En aquella checa, el número de mujeres detenidas sobrepasaba en mucho al de los
hombres. Jóvenes, casi unas niñas, según puede observarse en documentos fotográficos,
pagaron con su vida y el tormento previo el crimen de ser afiliadas a la Acción Católica, o simplemente de ser denunciadas por llevar medallas o algún otro signo de su catolicismo.

En la checa de la Guindalera se aplicó el tormento del hierro candente en un bárbaro
retroceso de siglos. También se les arrancaban las uñas de las manos y los pies a los detenidos.

Basta citar el caso de doña Delfina del Amo Portóles, de cincuenta y dos años de edad, la cual,

detenida y conducida a la citada checa, al negarse a dar el paradero de su hijo y yerno, militares ambos, quienes los chequistas buscaban afanosamente, fue víctima del terrible tormento citado.

Fue asesinada sin que le fuera posible calzarse para marchar con los milicianos al lugar en
donde iba a ser muerta, ya que tenía los pies horriblemente destrozados con el tormento antes citado, típico refinamiento de las checas de Leningrado o Moscú, correspondientes a las más duras etapas del comunismo ruso.


Los contados supervivientes afirman cómo, durante los martirios, los chequistas ponían en
funcionamiento un potente aparato de radio que apagaba las terribles lamentaciones de las
víctimas. Los chequistas comentaban aquellos sufrimientos con regocijo, y cuando aludían a
ellos decían en son de mofa «que había habido corrida de toros».
La befa y el escarnio corrían parejas con el daño físico infligido. Por ejemplo, el suboficial
retirado de la Guardia Civil, don José Azcutia Camuñas, fue detenido por hombres de la checa de la Guindalera. Tenía sesenta y cinco años cuando compareció ante el Tribunal de
interrogaciones. Frente a él, y formando parte de aquella caricatura de tribunal que lo juzgaba, se sentaban dos ex presidiarios por delito común. El acusado sufrió primero los insultos y golpes de los chequistas. Después se le puso un gorro de papel en forma de tricornio, obligándole a permanecer en posición de firme, y desfilando dos chequistas ante él, uno a uno, descargaban feroces golpes con cuerdas y toallas mojadas y retorcidas, hasta el extremo de que, además de otros daños, le vaciaron un ojo.
Este hecho concreto que se cita es uno más de los cientos que diariamente se llevaban a
cabo. Los dos ex presidiarios mencionados, Jacinto Vallejo y Román de la Hoz Vesgas (a) «el vasco» habían sido detenidos por la Guardia Civil, por sus reiterados robos a mano armada. El odio que sentían hacia esta Institución tenía una obscura y profunda raíz.
En esta misma checa de la Guindalera, situada en la calle de Alonso Heredia, había un
gran salón, en donde los chequistas celebraban con sus amantes fiestas orgiásticas. Para ello
empleaban vajillas, manteles y cubertería procedentes del Palacio de Liria, cuya incautación y requisa entraba dentro de las atribuciones de la checa.

En las checas anarquistas, el asesinato y el robo eran observados con la misma intensidad
que en las de tipo comunista. Sin embargo, no solían aplicar a sus victimas un trato tan cruel, ni unos métodos tan refinados de tortura como en las anteriores.
El procedimiento a seguir era por regla general más violento e impulsivo, y el número de
muertos sin causa previa era tan elevado como en las checas comunistas, pero raramente se les sometía a la tortura y los penosos interrogatorios en donde se mezclaban los insultos con los golpes.

Entre las checas anarquistas, las más señaladas por el gran número de asesinatos
cometidos son: la checa del Cinema Europa, situada en la calle de Bravo Murillo, en el local del citado cine; el Ateneo Libertario de Vallehermoso, así como las de Ventas, Retiro, Barrios Bajos y Delicias; la checa de la calle de Ferraz, número 16, y la de Campo Libre, establecida en el número 16 de la calle de Fuencarral, etcétera.
Podemos señalar el caso representativo de la checa anarquista «Spartacus», que radicó
en el número 18 de la calle de Santa Engracia, la cual fue encargada de «depurar» a la Guardia Civil de Madrid, habiendo asesinado en este cometido la referida checa, solamente en una noche, concretamente la del 19 de noviembre de 1936, a cincuenta y dos miembros del cuerpo de la Guardia Civil, entre jefes, oficiales y clase de tropa del citado cuerpo.

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