miércoles, 8 de octubre de 2008

Siempre, boletín tradicionalista del sur (1984)

Una tarde de nostalgias


Don Leoncio Barráu, uno de los oficiales más antiguos del tercio, recuerda el primer Quintillo.

Er hombre que hoy me recibe lleva un apellido de leyenda en el Requeté Andaluz; cabo en aquel abril lejano y oficial desde el comienzo del Alzamien­to. Un saldo de tres heridas al fin de la campaña ava­lan su hoja de servicios.

En el salón donde hablamos. Desde un esbelto caballete nos observan las figuras de un bajorrelieve de Susillo que el escultor donó y dedicó a don An­tonio Salado, abuelo de mi anfitrión. En el grupo destacan guerreros con escudos, cotas y cruces junto a turbantes, cimitarras y medias lunas, al fon­do semiocultos aparecen unos personajes repugnan­tes, son los ballesteros que preparan la celada: los enanos.

Al comienzo la charla se hace tensa al ver las cuartillas y el bolígrafo sobre la mesa. Suelta un "¡niño, a ver ro que pones ahí! Yo soy un viejo sin importancia, además sólo era cabo entonces..." Amigo Leoncio, los coroneles del 34 no me pueden responder y los boinas rojas de hoy no sabrían ha­cerlo.

Entramos de lleno en el tema de la entrevista. — ¿Qué fue lo más importante de la jornada?

Los ciento cincuenta requetés uniformados que nos trasladamos allí, desfilamos y volvimos piano pianito.

— ¿Motivo de tal demostración?

—La entrega del banderín al Tercio de Nuestra Señora de los Reyes, pero bueno, la demostración en verdad fue un supuesto táctico que realizamos sobre el terreno.

— ¿Quiénes fueron los artífices del aconteci­miento?

Don Manuel Fal Conde y mi hermano Enrique; aquél en lo político y éste en lo militar.

¿Qué actitud tomaban los sevillanos al ver tan­tas boinas por la calle?

Un silencio respetuoso. Nadie nos molestó.

¿Y el Ejército?

A partir de entonces empezó a tomarnos en serio y contó siempre con nosotros.

— ¿Qué impresión causó al Gobierno?

—Un aldabonazo. Tuvo eco hasta en Madrid.

¿Y el Carlismo?

—Los navarros se picaron y se apresuraron a organizarse. En Andalucía sacudió la inercia de otras provincias, fue el toque de diana para los tercios de nuestra región.

Quien suscribe piensa que cuando un hecho de tal magnitud llega a realizarse ha tenido una prepa­ración intensa; al principio de la República los Carlis­tas de Sevilla no pasaban de la docena. ¿Cómo llegó en tan poco tiempo a tan alto grado de organización?

La cosa empezó por una agrupación que se llamaba Los Cruzados. La dirigía don Diego Díaz Do­mínguez, el catedrático de Oftalmología, y nos dedi­cábamos a proteger los conventos de los ataques ro­jos; el grupo rompió a actuar en 1931. Esta organi­zación se integró posteriormente en el Requeté, don­de había una disciplina y un adiestramiento que, con pocos medios, llegó a ser ejemplo de eficacia. Be­nítez Tatay, que luego mandó el tercio, nos enseñaba táctica militar con pajaritas de papel en el local de la calle Barcelona. ¿Quién diría que sus enseñanzas tuvieran aplicación a tan corto plazo?

—Volvamos a aquella jornada de hace medio si­glo. Tras la fase militar, ¿cómo transcurrió el día?

—Hubo almuerzo campero y capea. Don José Anastasio Martín, propietario de la finca, soltó unas vacas para que se lucieran los valientes.

¿Un héroe en el ruedo?

Ángel Prados. Dio unos lances que firmaría, cualquier figura sin dudar.

— ¿La tarde?

—Inauguramos el nuevo círculo situado en la calle Armas, hoy Alfonso XII. La sede más amplia de cuantas tenían los partidos políticos en Sevilla: ha­bía gimnasio, biblioteca, barbería, sala de lectura, bar, etc.

Todo cuerpo social de crecimiento precipitado tiene un peligro al acecho: la inestabilidad.

Los compañeros de entonces, ¿sirvieron a nuestra bandera y militaron durante la Cruzada?

—Casi todos, pero hubo excepciones, algunas tan sonadas como las de Martín Saro y Rodríguez Castro, pioneros de Falange en nuestra ciudad.
— ¿Un ejemplo de lealtad?

El general Díaz de la Cortina, un hombre que por no firmar el reconocimiento a don Alfonso se vio obligado a establecerse como panadero y llevar una existencia oscura.

En la habitación donde hablamos entran el hijo y el nieto. Leoncio coge a éste en brazos y me dice con orgullo: "El tercer Leoncio Barráu". ¿Lo vere­mos de uniforme y con boina?

El sol ha abierto brecha en la barrera de nu­bes, dejando una tarde espléndida para este Martes Santo. Son las siete y la primera cruz de guía está en la calle Sierpes. Hacemos punto final.

Cuando pasamos ante el grupo de Susillo, los enanos de la complicidad alevosa y la alegría anti­cipada gruñen en la sombra.

José María GARZON



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