SANJURJO EN EL PENAL DE "EL DUESO"
Corría el año 1932. Tras la in- su llegada, y no osn solo los reclusos de España acerca de la sentencia que recayera sobre los promotores de la sublevación del 10 de Agosto, vino la realidad triste y dolorida de la condena a muerte del laureado general don José Sanjurjo Sacanell, que había de añadir a tantos honrosos títulos, el de mártir de nuestra amada España, y ante el asombro de extraños y alegría de los buenos españoles la noticia de su indulto y su interna= miento en el Penal de "El Dueso".
El nefasto segundo Gobierno de la República ponla el infame sayal de presidario, al invicto general que después de haber expuesto su vida en los campos rifeños y contribuido a la pacificación de aquella región marroquí, todavía tuvo alientos para jugárselo todo alzándose contra los Infames políticos que desgobernaban a esta España digna de mejores destinos. Y cuando "la veleidosa", abandonó a aquel, al que tantas y tantas veces había sonreído en su camino. no pudo conseguir ver abatido el espíritu indomable del aguerrido general. Y la maldad humana que quiso poner al nivel de presidiarios al general dos veces laureado, solo consiguió que allí mismo. en la casa del dolor, su prestigio se elevara inmediatamente a su llegada, y no son solo los reclusos los que hablan con respeto de "D. José", sino que los oficiales y jefes del Penal, le llaman y hablan del mismo modo, y a la aureola guerrera que rodea su figura, se une la virtud más excelsa, la caridad derramada con prodigalidad por "D. José" en beneficio de sus compañeros de reclusión; los regalos y presentes que de todos los extremos de España llegan a la señora de Sanjurjo, son repartidos bondadosamente entre los desterrados de "El Dueso", y la figura del oscuro presidiario crece y se agiganta entre !os muros del penal, convirtiéndose en el hada bienhechora de aquel triste recinto.
Compelidos por nuestra obligación, llegamos una tarde a tomar declaración a don José Sanjurjo, y cuando la silueta del general apareció en la puerta de la dirección, sentimos un impulso que nos. movió a correr a su lado y estrechando aquella mano que tantas" veces empuñara la espada victoriosa, medio balbucinos, "a sus órdenes mi general", y al respondernos "aquí no hay más que un triste presidario", contestamos: Para mí, como para los buenos españoles; siempre será usted el general Sanjurjo". Luego, fórmulas de rigor; preguntas encaminadas a conocer los nombres que le habían ayudado en su fracasada intentona; preguntas y más preguntas para ver de hacerle Incurrir en contradicciones que pusieran a los esbirros de la República tras de personas que se habían evadido de las mallas legales, pero para todas esas preguntas, una sola y única respuesta del indomable guerrero: "Yo solo soy el culpable". "He olvidado los nombres de los que conmigo compartieron loé momentos de peligro".
Acabada la declaración, una charla íntima y no extrañe esta repentina intimidad. Bastó nuestra manifestación de nuestro constante carlismo, de nuestra naturaleza navarra; una evocación al general Sacanell, y un recuerdo al valiente coronel de Caballería carlista señor Sanjurjo enterrado en Lecumberri, para conseguir que aquel corazón esforzado se abriera de par en par, y fluyen de sus labios hechos inéditos de aquella frustrada gesta, ayudas que no concurrieron, cooperaciones que faltaron, etcétera y al fin la entrega voluntaria del Caudillo de Sevilla a los agentes de la autoridad. Y cuando abrumados ante la soledad en que le habían dejado, le dijimos-:
"Pero mi general, ¿cómo no se le ocurrió ponerse al frente de los requetés de Navarra?". Sin apenas dejarnos terminal, la pregunta, nos contestó: "¡Pero si no tenían armas!"
Varias veces más nos entrevistamos con don José. Sanjurjo Sacanell, en las muchas visitas que hacíamos al Penal, y fue incrementándose nuestra amistad, amistad como hombres y más aún, como carlista, pues Sanjurjo, ante la visión de la desolada España, sintió revivir las enseñanzas recibidas en su niñez en el seno de su familia carlista y al evocar recuerdos de su infancia y recordar, la prisión sufrida por su abuelo en el Castillo do la Aljaferia de Zaragoza por su carlismo, y la heroica muerte de su padre combatiendo por Carlos VII, volvió los ojos a la Tradición de sus mayores, y enardecido ante la visión de una España Tradicional continuadora de pretéritas gestas, se gloriaba de ser un voluntario más que ofrendar su espada y su vida al Caudillo de la Legitimidad.
FELIPE ZALBA.
Ex-Juez de Santoña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario