En esta fecha memorable, centenario del nacimiento de Carlos VII, me es especialmente grato dirigirme otra vez a vosotros, a los que formáis las huestes de la gloriosa Comunión Tradicionalista.
Cien años hace que nació mi augusto tío Carlos, personalidad bien destacada en la continuidad monárquica española. Precisamente en razón cie esa continuidad, me creo ahora obligado a evocar la figura de aquel gran Rey, en cuya noble frente, tanto en los campos de batalla como en el destierro, brilló el perfecto sentido de la Corona de España: servicio y defensa de la Fe cristiana católica y servicio y defensa de las auténticas tradiciones de la Patria y de las libertades de sus pueblos. Porque Carlos VII, quizá el máximo adalid de la lucha contra la revolución en Europa, y por eso mismo, presentó en sus ideas y propósitos el ejemplo justo de Rey cristiano y español y el modelo admirable de un titular de la Realeza. Por eso, porque tenía conciencia clara de las características y necesidades de su pueblo y de las condiciones y deberes de su régimen propio, que es la Monarquía, fue un eminente servidor de España y negóse a pactar con la revolución, enemiga de la Fe y de las libertades españolas.
Y por eso mismo alcanzó aquella acertada visión política cuando previó que aunque se extinguiera la rama de su Dinastía, no habían de acabarse la Monarquía ni la Causa. Su Volveré, de Valcarlos cuyo recuerdo tan íntima y verdadera emoción os produce a vosotros, mis queridos carlistas, es una palabra de esas que quedan con honor en la Historia para siempre, puesto que significa la Fe de un Rey y de un pueblo de leales en la continuidad de unas instituciones que son garantía de la permanencia de ese pueblo en el marco de una vida política próspera y ordenada. Aquella previsión respecto al futuro, tan atinadamente expresada, por Carlos VII, estaba fundada en una plena identificación con la Corona, con el Pueblo y su pasado, porque nada como ese gran amor al pasado, a lo substancial de lo pasado, da luces y acierto para preparar el porvenir. Y os digo que esa clarividencia de mi amado tío el Rey Carlos VII, tuvo por bases su compenetración con la Causa y la seguridad de su permanencia si España es sanable y ha de vivir, pues bien sabía él que el Carlismo había existido desde siempre como encarnación que es de la esencia del alma misma de España.
Leales carlistas, con emoción profunda evoco ante vosotros, Veteranos Requetés y Margaritas.
Ante la memoria de cuantos murieron en las gloriosas luchas que habéis mantenido en defensa de la civilización cristiana y de los principios políticos legítimamente españoles y ante el recuerdo de cuantos derramaron su sangre o sufrieron persecuciones y vejación por su amor a la Causa, la memoria de mi tío el gran Rey Carlos VII, el gran desterrado de Loredan, que vivió y murió pensando en España, amándola con frenesí, dedicándole una constante preocupación por sus destinos. En nombre de esa augusta memoria de Carlos VII, al celebrarse el primer centenario de su nacimiento, yo os requiero a todos cuantos os honráis con el ilustre título de carlistas, a manteneros como hasta ahora en la línea de vuestra disciplina ejemplar. Os exhorto porque conozco bien vuestra lealtad y vuestra abnegación. Y porque sé que sois la gran reserva de España, cuyo porvenir político reclama más cada día vuestra atención pues tenéis un claro sentido de la responsabilidad y un juicio atinado para contemplar el futuro del país.
Designios de la Divina Providencia hicieron recaer los derechos a la Corona en Mi amado tío el Rey Don Alfonso Carlos, que, contra lo que por ley natural pudiera haberse creído, sobrevivió a su sobrino el Rey Jaime. La previsión de Carlos VII fue completada y con arreglo a las circunstancias mejorada por Don Alfonso Carlos al instaurar la Regencia para el día de su muerte, a fin de que en ningún momento faltase un eslabón en la cadena de la Legitimidad. De tal suerte, que hasta que se hiciera la designación de sucesor conforme a la Ley y al Derecho y con la mira puesta en el bien común no faltase un titular de la Legitimidad que, como custodio y depositario del conjunto de derechos y deberes de la Realeza, los ejercitara en el tiempo y forma que aquel bien común aconsejase hasta llegar a la proclamación, como Rey, del continuador de la Dinastía.
Tal es la misión que me fue conferida al recaer en mí la designación de Regente, misión que acepté como deber gravísimo de cuyo cumplimiento no puedo ni quiero desertar. Por eso, en cumplimiento de ese deber y en uso de mi derecho, dirigí en mayo último mi protesta al Generalísimo ante su titulada "Ley de Sucesión", que lesiona derechos comunes a la Sociedad española y a la Dinastía Legítima, instaurada mediante Ley pactada con la Nación representada en Cortes.
Cien años hace que nació mi augusto tío Carlos, personalidad bien destacada en la continuidad monárquica española. Precisamente en razón cie esa continuidad, me creo ahora obligado a evocar la figura de aquel gran Rey, en cuya noble frente, tanto en los campos de batalla como en el destierro, brilló el perfecto sentido de la Corona de España: servicio y defensa de la Fe cristiana católica y servicio y defensa de las auténticas tradiciones de la Patria y de las libertades de sus pueblos. Porque Carlos VII, quizá el máximo adalid de la lucha contra la revolución en Europa, y por eso mismo, presentó en sus ideas y propósitos el ejemplo justo de Rey cristiano y español y el modelo admirable de un titular de la Realeza. Por eso, porque tenía conciencia clara de las características y necesidades de su pueblo y de las condiciones y deberes de su régimen propio, que es la Monarquía, fue un eminente servidor de España y negóse a pactar con la revolución, enemiga de la Fe y de las libertades españolas.
Y por eso mismo alcanzó aquella acertada visión política cuando previó que aunque se extinguiera la rama de su Dinastía, no habían de acabarse la Monarquía ni la Causa. Su Volveré, de Valcarlos cuyo recuerdo tan íntima y verdadera emoción os produce a vosotros, mis queridos carlistas, es una palabra de esas que quedan con honor en la Historia para siempre, puesto que significa la Fe de un Rey y de un pueblo de leales en la continuidad de unas instituciones que son garantía de la permanencia de ese pueblo en el marco de una vida política próspera y ordenada. Aquella previsión respecto al futuro, tan atinadamente expresada, por Carlos VII, estaba fundada en una plena identificación con la Corona, con el Pueblo y su pasado, porque nada como ese gran amor al pasado, a lo substancial de lo pasado, da luces y acierto para preparar el porvenir. Y os digo que esa clarividencia de mi amado tío el Rey Carlos VII, tuvo por bases su compenetración con la Causa y la seguridad de su permanencia si España es sanable y ha de vivir, pues bien sabía él que el Carlismo había existido desde siempre como encarnación que es de la esencia del alma misma de España.
Leales carlistas, con emoción profunda evoco ante vosotros, Veteranos Requetés y Margaritas.
Ante la memoria de cuantos murieron en las gloriosas luchas que habéis mantenido en defensa de la civilización cristiana y de los principios políticos legítimamente españoles y ante el recuerdo de cuantos derramaron su sangre o sufrieron persecuciones y vejación por su amor a la Causa, la memoria de mi tío el gran Rey Carlos VII, el gran desterrado de Loredan, que vivió y murió pensando en España, amándola con frenesí, dedicándole una constante preocupación por sus destinos. En nombre de esa augusta memoria de Carlos VII, al celebrarse el primer centenario de su nacimiento, yo os requiero a todos cuantos os honráis con el ilustre título de carlistas, a manteneros como hasta ahora en la línea de vuestra disciplina ejemplar. Os exhorto porque conozco bien vuestra lealtad y vuestra abnegación. Y porque sé que sois la gran reserva de España, cuyo porvenir político reclama más cada día vuestra atención pues tenéis un claro sentido de la responsabilidad y un juicio atinado para contemplar el futuro del país.
Designios de la Divina Providencia hicieron recaer los derechos a la Corona en Mi amado tío el Rey Don Alfonso Carlos, que, contra lo que por ley natural pudiera haberse creído, sobrevivió a su sobrino el Rey Jaime. La previsión de Carlos VII fue completada y con arreglo a las circunstancias mejorada por Don Alfonso Carlos al instaurar la Regencia para el día de su muerte, a fin de que en ningún momento faltase un eslabón en la cadena de la Legitimidad. De tal suerte, que hasta que se hiciera la designación de sucesor conforme a la Ley y al Derecho y con la mira puesta en el bien común no faltase un titular de la Legitimidad que, como custodio y depositario del conjunto de derechos y deberes de la Realeza, los ejercitara en el tiempo y forma que aquel bien común aconsejase hasta llegar a la proclamación, como Rey, del continuador de la Dinastía.
Tal es la misión que me fue conferida al recaer en mí la designación de Regente, misión que acepté como deber gravísimo de cuyo cumplimiento no puedo ni quiero desertar. Por eso, en cumplimiento de ese deber y en uso de mi derecho, dirigí en mayo último mi protesta al Generalísimo ante su titulada "Ley de Sucesión", que lesiona derechos comunes a la Sociedad española y a la Dinastía Legítima, instaurada mediante Ley pactada con la Nación representada en Cortes.
Yo os reitero, mis amados carlistas, que España sigue necesitando, cada vez con mayor apremio y urgencia la restauración de su régimen político propio, único, definitivo. Solo entonces logrará ver resuelto ese grave problema de permanente crisis política que arrastra desde más de un siglo y en cuya curación se han empleado infructuosamente toda clase cíe fórmulas extrañas y no la nuestra que es pura y firmemente española. Solo entonces alcanzará ese gran país noble y solidísimo pilar de la civilización cristiana, la estabilidad y firmeza que necesita para su grandeza, especialmente en los difíciles momentos que atraviesa el mundo.
Carlistas: Vosotros sabéis bien, puesto que lo, habéis demostrado con vuestro heroísmo y con vuestra sangre, que el comunismo organizado y apoyado por el bloque soviético solo se detiene ante la fuerza. Pero las bayonetas no 'bastan para vencerle. Porque el comunismo es un ideario y por consiguiente en cuanto organismo ideológico no cabe vencerlo sino mediante la proclamación y difusión de los verdaderos principios y mediante su rigurosa aplicación al gobierno de las sociedades cristianas. Esos principios, por lo que a España atañe, son los nuestros, los de la Comunión Tradicionalista. Disteis el gran ejemplo en la hora de la batalla, en 1936. Y de tal calidad, que casi tendríais el derecho de ser espectadores en la gran pugna contra el comunismo que se le plantea al mundo, pues fuisteis los primeros en reaccionar a precio de sangre contra el peligro comunista rojo. Y en cuanto a España, como fuisteis una parte principal en la elaboración de la victoria os corresponde un lugar destacado en la organización de dicha victoria. Se hizo la mitad. Falta la otra mitad, es decir, concretar en un régimen político permanente, restableciendo la continuidad histórica de la Monarquía, las instituciones españolas y tradicionales que por su contenido de libertades públicas, y por su sentido social y foral, den la réplica eficaz y victoriosa al comunismo en el terreno de la práctica política y de la contienda ideológica.
Esto en España es labor que sólo la Comunión Tradicionalista puede hacer, por ser el suyo un sistema político completo, templado, opuesto a los errores de la revolución y a los de las dictaduras, y porque así lo reclama vuestro patriotismo y los seculares servicios que habéis prestado a la Patria. Y ese empeño para completar la victoria contra el comunismo y poner a España en la senda de la restauración política que necesita desde hace más de un siglo, exige de la Comunión más que nunca, la afirmación de nuestro ideario, el robustecimiento de nuestra unidad y la coordinación de redobladas y cada vez más activas actuaciones dentro de una ejemplar disciplina.
Carlistas, militantes de una gloriosísima Causa española, caballeros de tantas lealtades que tan nobles ejemplos habéis ciado al mundo, a vosotros me dirijo hoy, a vosotros que todos juntos constituís una admirable dinastía, para recordar con vosotros al gran Rey Carlos VII, hemos de ser fieles a su pensamiento y a su memoria. Y os digo que esa fidelidad sólo podéis expresarla ahora, acatando la Regencia que Don Alfonso Carlos instituyó, en interpretación fiel y escrupulosa del pensamiento de su hermano, para el mejor servicio de la Causa y de España.
Carlistas: a los cien años del nacimiento de Carlos VII, del Monarca de gestas inolvidables que os dejó en su testamento uno de los más notables y elevados documentos políticos de la España contemporánea, en su honor y en apretado haz levantad conmigo el corazón.
La fecha así lo requiere en nombre de Dios, de la Patria y del Rey.
Francisco Javier de Borbón
30 de Marzo de 1948
30 de Marzo de 1948
1 comentario:
Felicidades por el blog. Acabamos de inaugurar otro sobre carlismo www.rutascarlistas.blogspot.com y de publicar el libro Rutas Carlistas. http://www.editorialepisteme.com/Publicacion.aspx?Id=14
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