Cantaba Alejandro Sanz sobre el "Corazón partío" y algo similar me ocurre con Palestina e Israel. Un "corazón partío" porque en ambos sitios tengo buenos, buenísimos amigos a los que puedo considerar hermanos, practicando algunos el judaismo, otros el islamismo, otros el cristianismo y algunos, en las diferentes comunidades, alejados de cualquier expresión religiosa por hastío, desesperación o fanatismo, pero que conservan su fe.
Conocí a Abbu Ammar, Yasser Arafat, hace unos diecisiete años aproximadamente, siendo invitado a cenar por el líder palestino. Posteriormente lo vi en la conferencia de paz de Madrid, en su toma de posesión y si mal no recuerdo, en 2002 por última vez en su apartamento de la Mukhata. En 1993, viví con amigos israelíes en el corazón de Tel-Aviv como Arafat y Rabín estrechaban sus manos en presencia de un Bill Clinton que supo hacer un muy buen trabajo, apeando del pesado vagón de cola las influencias de los diferentes grupos de presión. El momento en que las manos de ambos líderes políticos se unieron, hubo explosiones de alborozo en nuestra pequeña "rest room" o sala de ocio. Nadie, absolutamente nadie, esperaba este hecho y la repetición de ver las manos de los dos líderes, antiguos enemigos, estrechadas en varias ocasiones y con el auspicio de los Estados Unidos, sin condiciones para ningún bando por primera vez en la historia. En nuestra sala de descanso se abrió alguna botella de whiskey de Tennessee y todos nos abrazábamos, bebíamos y llorábamos, entre ellos mi querido amigo Kharim que en paz descanse. Si bien es cierto que las negociaciones de Oslo allanaron mucho el camino, nadie se esperaba del todo este final que se vivió en 1993. En los pasillos de Oslo, se relajaban los negociadores palestinos e israelíes tras salir de las salas de reunión donde el ambiente era irrespirable y denso como para cortarlo con un cuchillo. Los pasillos y el entorno boscoso daban pie a muchos paseos, a muchos cigarrillos compartidos entre los que hasta entonces se habían considerado contendientes, enemigos acérrimos e irreconciliables ¿Cuál fue el secreto del éxito? Pues ni más ni menos que hablar con sinceridad y respetar al de enfrente; en dos palabras: conocerse mutuamente. Porque a pesar de que llevan viviendo en la misma tierra más de 4.000 años, continuaban si conocerse, especialmente los políticastros de ambos bandos, a los que interesaba e interesa apagar estos fuegos, con gasolina y lanzallamas.
Conocí a Abbu Ammar, Yasser Arafat, hace unos diecisiete años aproximadamente, siendo invitado a cenar por el líder palestino. Posteriormente lo vi en la conferencia de paz de Madrid, en su toma de posesión y si mal no recuerdo, en 2002 por última vez en su apartamento de la Mukhata. En 1993, viví con amigos israelíes en el corazón de Tel-Aviv como Arafat y Rabín estrechaban sus manos en presencia de un Bill Clinton que supo hacer un muy buen trabajo, apeando del pesado vagón de cola las influencias de los diferentes grupos de presión. El momento en que las manos de ambos líderes políticos se unieron, hubo explosiones de alborozo en nuestra pequeña "rest room" o sala de ocio. Nadie, absolutamente nadie, esperaba este hecho y la repetición de ver las manos de los dos líderes, antiguos enemigos, estrechadas en varias ocasiones y con el auspicio de los Estados Unidos, sin condiciones para ningún bando por primera vez en la historia. En nuestra sala de descanso se abrió alguna botella de whiskey de Tennessee y todos nos abrazábamos, bebíamos y llorábamos, entre ellos mi querido amigo Kharim que en paz descanse. Si bien es cierto que las negociaciones de Oslo allanaron mucho el camino, nadie se esperaba del todo este final que se vivió en 1993. En los pasillos de Oslo, se relajaban los negociadores palestinos e israelíes tras salir de las salas de reunión donde el ambiente era irrespirable y denso como para cortarlo con un cuchillo. Los pasillos y el entorno boscoso daban pie a muchos paseos, a muchos cigarrillos compartidos entre los que hasta entonces se habían considerado contendientes, enemigos acérrimos e irreconciliables ¿Cuál fue el secreto del éxito? Pues ni más ni menos que hablar con sinceridad y respetar al de enfrente; en dos palabras: conocerse mutuamente. Porque a pesar de que llevan viviendo en la misma tierra más de 4.000 años, continuaban si conocerse, especialmente los políticastros de ambos bandos, a los que interesaba e interesa apagar estos fuegos, con gasolina y lanzallamas.
Mi amigo Kharim era un destacado miembro de Fatah y guardia personal de Arafat, si bien es cierto que desde el año 90 o 91 se estaban adiestrando a unidades de policía para la futura, aunque lejana en aquellos entonces, Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Jordania, bajo patrocinio y patronazgo personal del Rey Hussein; muchos, muchísimos miembros de Fatah recibieron formación complementaria en centros israelíes porque ya tenían muy claro en aquellos entonces un problema denominado Hamas, de hecho mi amigo Kharim muere asesinado por Hamas, mientras cumplía con su deber, en una emboscada cobarde y traicionera.
Muchos son los que encuentran, encontramos, a faltar en los momentos difíciles la figura, el carisma, la fuerza y la enorme personalidad de Abbu Ammar, de Yasser Arafat; el que fuera considerado enemigo público número uno de Israel, denostando terrorista, el hombre que nunca sabía donde dormía y mil epítetos más. Y aunque a Arafat se le puede reprochar el ciento y mil cosas más, es necesario recordar que fue él y Fatah (la OLP lo hizo más tarde) los primeros en reconocer al estado de Israel y acatar la resolución de la ONU de 1948 por la que se dividía Palestina en dos estados: Israel y la propia Palestina. Fue Arafat el que logró mantener una estabilidad relativa en una depauperada y paupérrima Gaza, hasta que le fallaron las fuerzas y los bastardos parásitos de su entorno empezaron a cometer tropelías y abusos. El dinero internacional que entraba a carretadas desde todos los países del mundo y de un montón de empresas de origen judío, no llegaba a la población. No se acometieron obras de infraestructura necesarias, no se amplió el casi inexistente alcantarillado, se asfaltó poco, se dieron servicios a una décima parte de lo previsto y no se construyeron ni escuelas ni hospitales, tal y como estaba previsto en los diferentes acuerdos y planes de desarrollo.
De la miseria, al albur de los corruptos y ante sus propias narices, surge con la fuerza de una bestia el movimiento de resistencia islámica Hamás, patrocinado por Irán y Siria, países que inyectan una cantidad inimaginable de recursos a esta "ONG" que ellos a su vez SI invierten en el bienestar social de la muy pobre sociedad palestina en Gaza. Y al principio, Hamás, no hace diferencias entre palestinos árabes y palestinos cristianos (los grandes olvidados de este conflicto), ayuda sin cesar a los más necesitados, con una miríada de voluntarios que antes y después de sus preces realizan un meritorio trabajo social y a la vez cumplen con sus obligaciones profesionales. Hamás llega a ser tolerada e influenciada contra Fatah por el mismo gobierno de Israel, como decía José María García: ¡Ojo al dato! Hamás termina convirtiéndose en algo casi previsible como es el sustituto armado de Fatah, el brazo que no entiende de situaciones políticas, de negociaciones y de paciencia; tan solo entienden la violencia y el golpe a cambio del golpe, llevando a esta organización a unos extremos que nunca se habían dado ni en los años de mayor actividad bélica de la OLP. Si revisan la historia de Palestina, nunca había habido terroristas suicidas hasta la entrada en escena de Hamás, pero quien escribe el guión es Irán. Irán, la casta de los ayatollahs tenían la intención de sustituir en el mundo islámico al fracasado partido Baas, que perseguía una especie de panarabismo auspiciado por la antingua URSS y que acabó, a excepción de Egipto, convirtiéndose en clanes familiares en los que el poder pasaba de unos a otros por sucesión directa, casi monárquica (caso de Siria) o por traición constante (caso de Iraq). Se está pues radicalizando el mundo del Islam en dos corrientes mayoritarias que anula y/o absorben a las otras que son las auspiciadas por Arabia Saudí (el wahabismo) y las que fomenta Iraq (Hamás, Hezbullan, etc.), nada hermanadas entre si, pero: "primero los buitres se unirán para destruirme y luego se pelearán entre ellos al repartirse la carroña" (J. Clavell).
El resto ya lo conocemos, la evolución de Hamás y su radicalización,
han llevado a esta organización y sus satélites a gobernar en Gaza tras la muerte del líder, del único líder palestino que podía solucionar esto. Es decir, es el gobierno de Palestina y a la vez quien permite, consiente y alienta que las "milicias" dependientes del partido político, ataquen constantemente suelo israelí mediante suicidas cargados de bombas, lanzamiento de artillería, cohetes, morteros, etc. Ha llegado un momento, justo ante de unas elecciones en Israel, en que el frágil equilibrio político, ha llevado a contestar militarmente a las agresiones de Hamás.
Y aunque entiendo, en parte, la respuesta militar de Israel, no comparto en absoluto y condeno rotundamente los ataques contra la población civil y en especial contra los niños. Y como dice mi muy querido amigo, mi hermano Yakhov, "no es eso lo que nos enseñan las Escrituras".
El eficientísimo, potente, preparadísimo, poco marcial y desordenado ejército de Israel, el Tsahal, es capaz de hacerlo mejor, atacando real y milimétricamente los nidos de terroristas y no necesariamente con bombardeos indiscriminados. Igual que en su momento critiqué los llamados "asesinatos selectivos", he de afirmar ahora que las cosas podrían haberse hecho de otra forma y para eso hay unidades como el Sayeret que se han infiltrado en Gaza miles de veces y podrían haber marcado los blancos concretos a la aviación y a la artillería.
Pero tampoco es solución, en ocasiones hay que cargarse la diplomacia y atajar por el camino más corto, sentando en la mesa a las partes realmente implicadas. Es necesario un nuevo Menacchem Begin y otro Mohammed Anwar al Sadat, que se planten en firme ante propios y extraños, valientes y que arriesguen. Es muy necesario sentar en la misma mesa, sin intermediación, a Siria, Irán, Israel y Palestina, repetir otro Oslo en el que tantos frutos hubo y tantas esperanzas creó. Y por supuesto, la guerra, las matanzas y las muertes de cientos de niños, no son la solución.
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