martes, 26 de agosto de 2008

Sanjurjo en el Dueso

Gracias a nuestros bienhechores que han guardado cientos de documentos a lo largo de los años y que ahora nos los ofrecen, podemos darles a conocer hechos como el que aquí se relata y más que irá apareciendo. Las palabras resaltadas en rojo son las mismas que figuran en el documento original y así las hemos respetado. Requeté Català.

SANJURJO EN EL PENAL DE "EL DUESO"

Corría el año 1932. Tras la in- su llegada, y no osn solo los reclu­sos de España acerca de la sen­tencia que recayera sobre los pro­motores de la sublevación del 10 de Agosto, vino la realidad triste y dolorida de la condena a muerte del laureado general don José San­jurjo Sacanell, que había de añadir a tantos honrosos títulos, el de mártir de nuestra amada España, y ante el asombro de extraños y alegría de los buenos españoles la noticia de su indulto y su interna= miento en el Penal de "El Due­so".

El nefasto segundo Gobierno de la República ponla el infame sa­yal de presidario, al invicto general que después de haber expues­to su vida en los campos rifeños y contribuido a la pacificación de aquella región marroquí, todavía tuvo alientos para jugárselo todo alzándose contra los Infames polí­ticos que desgobernaban a esta España digna de mejores destinos. Y cuando "la veleidosa", abando­nó a aquel, al que tantas y tantas veces había sonreído en su cami­no. no pudo conseguir ver abatido el espíritu indomable del aguerri­do general. Y la maldad humana que quiso poner al nivel de pre­sidiarios al general dos veces lau­reado, solo consiguió que allí mis­mo. en la casa del dolor, su pres­tigio se elevara inmediatamente a su llegada, y no son solo los reclu­sos los que hablan con respeto de "D. José", sino que los oficia­les y jefes del Penal, le llaman y hablan del mismo modo, y a la aureola guerrera que rodea su fi­gura, se une la virtud más excel­sa, la caridad derramada con pro­digalidad por "D. José" en bene­ficio de sus compañeros de reclu­sión; los regalos y presentes que de todos los extremos de España llegan a la señora de Sanjurjo, son repartidos bondadosamente entre los desterrados de "El Due­so", y la figura del oscuro presidiario crece y se agiganta entre !os muros del penal, convirtiéndose en el hada bienhechora de aquel tris­te recinto.

Compelidos por nuestra obliga­ción, llegamos una tarde a tomar declaración a don José Sanjurjo, y cuando la silueta del general apareció en la puerta de la direc­ción, sentimos un impulso que nos. movió a correr a su lado y estre­chando aquella mano que tantas" veces empuñara la espada victo­riosa, medio balbucinos, "a sus órdenes mi general", y al respon­dernos "aquí no hay más que un triste presidario", contestamos: Para mí, como para los buenos españoles; siempre será usted el general Sanjurjo". Luego, fórmu­las de rigor; preguntas encamina­das a conocer los nombres que le habían ayudado en su fracasada intentona; preguntas y más preguntas para ver de hacerle Incu­rrir en contradicciones que pusie­ran a los esbirros de la República tras de personas que se habían evadido de las mallas legales, pero para todas esas preguntas, una sola y única respuesta del indo­mable guerrero: "Yo solo soy el culpable". "He olvidado los nom­bres de los que conmigo compar­tieron loé momentos de peligro".

Acabada la declaración, una charla íntima y no extrañe esta repentina intimidad. Bastó nuestra manifestación de nuestro constan­te carlismo, de nuestra naturaleza navarra; una evocación al gene­ral Sacanell, y un recuerdo al va­liente coronel de Caballería carlista señor Sanjurjo enterrado en Lecumberri, para conseguir que aquel corazón esforzado se abriera de par en par, y fluyen de sus labios hechos inéditos de aquella frustra­da gesta, ayudas que no concurrie­ron, cooperaciones que faltaron, etcétera y al fin la entrega volun­taria del Caudillo de Sevilla a los agentes de la autoridad. Y cuan­do abrumados ante la soledad en que le habían dejado, le dijimos-:

"Pero mi general, ¿cómo no se le ocurrió ponerse al frente de los requetés de Navarra?". Sin apenas dejarnos terminal, la pregunta, nos contestó: "¡Pero si no tenían armas!"

Varias veces más nos entrevis­tamos con don José. Sanjurjo Sa­canell, en las muchas visitas que hacíamos al Penal, y fue incre­mentándose nuestra amistad, amis­tad como hombres y más aún, co­mo carlista, pues Sanjurjo, ante la visión de la desolada España, sintió revivir las enseñanzas reci­bidas en su niñez en el seno de su familia carlista y al evocar re­cuerdos de su infancia y recordar, la prisión sufrida por su abuelo en el Castillo do la Aljaferia de Zaragoza por su carlismo, y la heroica muerte de su padre com­batiendo por Carlos VII, volvió los ojos a la Tradición de sus mayo­res, y enardecido ante la visión de una España Tradicional conti­nuadora de pretéritas gestas, se gloriaba de ser un voluntario más que ofrendar su espada y su vida al Caudillo de la Legitimidad.



FELIPE ZALBA.
Ex-Juez de Santoña.

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