domingo, 20 de abril de 2008

Carta a los españoles. Princesa de Beira (02)

Segunda entrega de la "Carta a los españoles" de S.M. doña María Teresa de Branganza, Princesa de Beira y Ángel de la Guarda de Nuestra Causa. Salvando distancias en el tiempo, comparen sus palabras sobre el reconocimiento del Gobierno usurpador de Madrid que hizo Juan III con el que de facto realizó Carlos Hugo (por si a alguien le quedaban dudas). Así mismo valoren lo que se asevera de las manipulaciones del liberalismo en la enseñanza con la actual "Educación (?) para la ciudadanía" y otras.


..... Y en verdad Juan ha debido reconocer todo esto, pues que no queriendo retractar los principios que había proclamado, y viéndose abandonado de todo partido monárquico-religioso, ha creído conveniente dar un paso decisivo, reconociendo al Gobierno de Madrid y haciendo su sumisión a su prima Isabel. Así es que, después de una exposición hecha a mi sobrina Isabel, en la que Juan dice que todos sus pasos anteriores no tuvieron otro objeto “que arrancar su bandera al intolerable partido monárquico-religioso, y que sus pasos presentes no tienen otro fin que consolidar el trono constitucional”; luego añade que por este motivo “renuncia por sí y también por sus hijos, a sus derechos, y que jura fidelidad y obediencia a la Constitución”. Enseguida viene el acta, pura y simple de renuncia con estas palabras: “Señora, la magnanimidad de V. M. me decide a haceros mi sumisión y a reconoceros por mi Reina, respetando las instituciones nacionales. Suplico a V. M. se digne aceptar con benevolencia mi sumisión, y créame su humilde súbdito y primo. –Juan de Borbón.- Londres, 8 de enero de 1863”.

A este acto había precedido correspondencias con el embajador del Gobierno de Madrid en Londres. Le había escrito por medio de su secretario Lazeu, en 31 de agosto de 1862, preguntándole cuando podría presentarse en la Embajada para prestar su juramento a Isabel. Y no habiendo conseguido pronta respuesta, el mismo Juan le volvió a escribir con fecha 20 de septiembre.

Hecha ya su sumisión a Isabel, y deseando confirmarla personalmente, hizo de incógnito un viaje a Madrid, y hospedándose en case de su prima la Duquesa de Sesa, hermana del marido de Isabel, tuvo ocasión de ver a ésta y besarle la mano. De vuelta a Londres, su secretario Lazeu creyó concluida su misión, y dio o fingió dar su dimisión, diciendo: “Después de la sumisión de V. A. a S. M. la Reina (Q. D. G.), mi permanencia al servicio de V. A. sería recuerdo de aquella época que conviene olvidar, etc.” Pero Juan, no contento con esto, con fecha de mayo de 1863, hizo nueva solicitud en la cual pedía solamente “que se le levantase la pena de destierro, porque deseaba ante todo, restituirse a su Patria como simple ciudadano español y porque deseaba por ese medio recuperar sus hijos”.

A esto respondió el Marqués de Miraflores, entonces presidente de ministros, que Juan estaba fuera del derecho común, y que no había lugar a deliberar sobre dicha solicitud. Juan replicó ante tal respuesta con una larga carta, remitiéndole al mismo tiempo copia de las exposiciones que había hecho, y en las cuales dice “se ratifica”.

Dejando, pues, a Juan entenderse con el Gobierno de Madrid sobre su vuelta a España y demás cosas consiguientes a su sumisión, nosotros, monárquicos, protestamos solemnemente contra la renuncia que Juan dice hacer también por sus hijos, pues no puede renunciar sino a sus derechos propios y personales. Los hijos de Juan no tienen los derechos de Juan, sino más bien de la ley que marca el orden de sucesión, ley que Juan no tiene la facultad de abrogar. Por lo demás, la renuncia de Juan y su sumisión a Isabel eran una consecuencia legítima y necesaria de haber renegado de los principios monárquicos, que eran solos según los cuales Juan podía alegar derechos legítimos al trono.

De todo lo cual se infiere legítimamente que habiendo Juan renunciado a sus derechos, no sólo por los principios anticatólicos y antimonárquicos que proclamó, sino también por su reconocimiento del actual Gobierno, y por su sumisión a Isabel, nuestro Rey legítimo es su hijo primogénito, Carlos VII. Y con esto me parece haber satisfecho plenamente a la pregunta de los que aún no sabían a qué atenerse sobre este punto esencial. Vengamos ahora a la segunda pregunta. ¿Qué pienso yo con respecto al liberalismo moderno?
2º En cuanto a esto, digo primeramente que es un hecho positivo evidente, que el liberalismo moderno en gran parte se nos impuso por tres potencias aliadas con el Gobierno usurpador de Madrid contra mi amado y difunto esposo Carlos V. Es también un hecho positivo, evidente, que mi Carlos tenía en su favor la inmensa mayoría de la nación, pues sin esto le hubiera sido imposible sostener una lucha tan heroica durante siete años; lucha en la cual, no obstante la Cuádruple Alianza, hubiera triunfado sin la alevosa traición de Maroto; y esa misma inmensa mayoría de la España que sostenía a Carlos V durante la guerra civil, se mantiene firme en sus principios, siendo muy pocos los que concluida la guerra hayan abrazado las ideas liberales; y al contrario, siendo ya muchísimos los que entonces liberales, ahora están enteramente desengañados, y en el fondo de sus corazones piensan como nosotros.

De donde se sigue que los liberales en España son una pequeñísima minoría; pero minoría armada que subyuga al Reino por el derecho de la fuerza.

No es menos positivo que el liberalismo español se mostró enemigo de la Religión Católica, ya despojándola enteramente de sus bienes, ya persiguiéndola desde el principio hasta el día de hoy en sus ministros, en sus instituciones, en su doctrina, y esparciendo por medio de sus secuaces toda especie de calumnias, toda suerte de libros contrarios a la fe y a la moral, propagando por medio de la enseñanza doctrinas falsas, y sirviéndose en fin, de mil medios para borrar, si le fuese posible, la fe católica del corazón de los españoles. Pedirme pruebas de esto sería como querer demostrar que el sol resplandece al medio día.

Nadie puede negar tampoco que el liberalismo desciende en línea recta de los réprobos principios de Lutero; que trae su origen inmediato de los malhadados principios de la Revolución francesa, que causó en la Francia misma y en toda la Europa los mayores desastres que vieron los siglos. Por lo cual se entiende que es imposible que el liberalismo, que es puro protestantismo aplicado a la política, pueda dar en ésta mejores frutos que no ha dado éste en Religión. En efecto, el liberalismo español ha destruido mucho, pero aún no ha edificado nada; ha hecho y deshecho, ha formado y reformado ya seis o siete constituciones, y aún no se sabe cual rige, o si rige propiamente alguna. Ha hecho y deshecho leyes sin número y en todos los ramos de la administración, y si algo hay que se observe son los restos de las leyes antiguas.

Ha prometido libertad de imprenta, y jamás la hubo; ha prometido libertades civiles, y existe de hecho una centralización que es el mayor de los despotismos; ha hecho mil promesas de felicidad a los pueblos y en pocos años cuadruplicó sus contribuciones, sacó millares de millones de la venta de los bienes de la Iglesia y de la desamortización general con el pretexto de pagar deudas del Estado, y éstas se aumentaron de una manera escandalosa. Además, uno de los bienes supremos de la nación es la unión, y el liberalismo la dividió en cien bandos, que con el ojo puesto en el presupuesto se disputan el Poder. Esta división y egoísmo hubieran traído ya nuestra ruina, nuestra esclavitud y dependencia, si Dios, por su infinita misericordia, y los monárquicos por su fidelidad y constancia, no hubieran conservado la gran mayoría de la nación unida con los principios de la fe católica y de la monarquía. Es no obstante, el liberalismo español ha estado y está aún supeditado en gran parte a la voluntad de dos naciones extranjeras, como lo han probado hasta la evidencia los acontecimientos de la fuera de África y de la expedición mejicana. Niegue el liberalismo todos estos y otros hechos positivos y palpables que sería largo referir, y si no puede negarlos, confiese que debe ser malo por esencia un árbol que produce tan malos frutos. Por consiguiente el liberalismo está juzgado y condenado por sus obras. Por lo cual es moralmente imposible que haya español alguno de criterio y de buena fe que pueda absorberlo.

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