lunes, 14 de mayo de 2007

LOS EJÉRCITOS DE NAPOLEÓN DESTRUYEN EL MONASTERIO DE MONTSERRAT



Las huestes francesas de Bonaparte habían penetrado por la frontera y comenzado la invasión de España. En montes y valles, en pueblos y en ciudades, ha surgido un clamor bravío de independencia. Y las águilas del Emperador, triunfantes en todos los campos de batalla de Europa, caen, heridas de muerte, sobre la tierra española.

Los hombres de nuestra Patria no solo levantaron su grito de rebeldía ante el invasor porque este la había hollado con su planta, si que también porque la bandera enarbolada por Napoleón flameaba al viento lanzando a España insultos groseros que ofendían a sus dos más caros sentimientos: Dios y el Rey. No les bastó a los "gabachos" el tener prisionera a toda la familia real. Sus principios revolucionarios, embebidos de enciclopedia colmados de crímenes, eran la antítesis de la Religión Santa por la que España, la nación de los grandes destinos, llegó al cúmulo de sus grandezas.

Así, sabedores nuesros vecinos de la honda devoción que en España había a Nuestra Señora la Virgen, y, pensando sin errar, por fina inducción de Satanás, que esa devoción era el más firme sitial donde se asentaba el fiero ímpetu de los leones españoles, decidieron desde el primer momento declarar guerra a muerte al marianismo de nuestra Patria. Pero España había de demostrarles que cuando la fé se siente en lo más profundo del alma es imposible arrancarla.

En Cataluña, la Junta Suprema del Principado, se había puesto bajo la protección de la Virgen y sus miembros juraron defender la pureza de la Inmaculada Concepción. Y a esta decisión de sus espontáneos dirigentes se sumó todo el pueblo catalán: Es el 15 de Agosto, día de la Asunción de Nuestra Señora, fiesta bien arraigada en Cataluña. El habla popular la llama "la Mare de Déu d'Agost". San Napoleón coincide precisamente con esa fecha. Y en aquellos años, Bonaparte quiso que se celebrase su onomástica con los mayores festejos. Defraudado salió de su intento: el pueblo se negó a admitir la nueva fiesta, que en las ciudades ocupadas hubo de reducirse a un "Te Deum", y todavía este mandado celebrar por los conquistadores ¡La santa rebeldía española renunciaba a las fiestas que le eran más preciadas para no confundirlas con festejos uncidos al carro del triunfador!

Tales eran las intenciones de los franceses, que por no desmentir de ellas acometieron con singular saña la destrucción del Monasterio de Montserrat, tanto para desquitarse de la afrentosa derrota que unos paisanos mal armados había infringido al primero y más poderoso ejército del mundo en la memorable epopeya del Bruch, como para lanzar un dardo de muerte al corazón de la Virgen más querida y venerada en Cataluña. Así creyeron herir a los catalanes, que a fé de hombres de hierro, sintieron honda la herida y con ella alimentaron furiosamente su ya indomable rebeldía por la independencia.

El general Suchet había conquistado Tarragona y decidió marchar hacia Montserrat, a la sazón defendida por el Barón de Eroles y por Manso. A su espedición se une una columna salida de Barcelona con la misión de apoyar al cuerpo de ejército atacante. Las tropas francesas, animadas por el espíritu de pillaje, excitadas por su oficialidad, ciegas de ira por las afrentas vergonzosas de que eran objeto por parte de los españoles, arremeten furiosamente contra Montserrat. Los catalanes se defienden valerosamente cara a Santa Cecília, teniendo su retaguardia al Monasterio. Y en su posición se ven cercados por el enemigo; por un enemigo al que le fue preciso atacar a los defensores por la espalda para poder reducirlos. Hay resistencia, que al fin es vencida. Y los atacantes tienen ya libre el paso hacia el Monasterio, que aquel día cubrió el claro azul e su cielo con los rojos resplandores de una inmensa hoguera visible en toda Cataluña. Montserrat, la de la Virgen morena, había dejado de existir.

De la destrucción y saqueo del Santuario habíase salvado la imagen de Nuestra Señora. El ermitaño de San dimas había logrado esconderla en el vacío de una pequeña escalera de su ermita. No contentándose los incendiarios con satisfacer su saña en el Monasterio, sino que se dedicaron también al saqueo de las múltiples ermitas enclavadas entre las crestas agudas de la montaña montserratina. Así llegaron dos soldados a la de San Dimas y encontraron allí la imagen de la Virgen. Grande fué su contento, y tras de apropiarse de sus joyas y vestidos, concibieron el no laudable propósito de ahorcarla. Pero al dar comienzo su sacrílego intento, la mano justiciera de Dios hizo que allí mismo cayese muerto uno de los franceses, y el otro huyese asustado como alma perseguida por el diablo, y fuese un testimonio más de los aportados a la comprobación en este milagroso hecho.

Montserrat había sido destruída. Y por especial providencia del Señor la imagen de su Virgen había quedado intacta. La fé cristiana de Cataluña, amparada por tan maternal Señora no moriría. Y con esta fé, alumbrados por la luz de la Justicia y de la Verdad, seguirían defendiendo heroícamente a España contra extranjeros y extranjerizantes que atacaban a lo más santo e nuestra Religión, los hijos de Cataluña, la de los hombres de hierro.

LUIS LUNA.






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